Por P. Fernando Pascual
Para muchas personas de la Antigua Grecia, y quizá también para no pocas personas en nuestro tiempo, un dictador que hace lo que quiere sería feliz. Más feliz todavía si nunca le detienen en sus delitos, si escapa de cualquier posible castigo.
La idea ha quedado plasmada en las discusiones que Platón presenta en un diálogo titulado Gorgias. Uno de los protagonistas, Polo, considera que la mayor felicidad consiste en realizar lo que uno quiere, y eso es lo que consiguen tiranos como el tristemente famoso Arquelao.
Sócrates, por el contrario, defiende que hacer injusticia va contra la verdadera felicidad. Para ello, intenta demostrar que el injusto se engaña si cree que hace lo que le da la gana gracias a su poder, cuando toda injusticia implica un mal, no solo para quienes la sufren, sino también (sobre todo) para quien la comete.
Los argumentos que ofrece Platón en el Gorgias pueden parecer más o menos válidos, pero tocan aspectos centrales a la hora de orientarnos en la vida. En el fondo, se trata de responder a estas preguntas: ¿vale la pena ser honestos? ¿Qué pierden los que viven injustamente? ¿Qué ganan los que viven según justicia?
Una mentalidad que se considera “pragmática” o “realista”, dirá que la injusticia merece ser condenada, pero que muchos hombres injustos parecen haber alcanzado una felicidad envidiable si escapan de cualquier castigo. En cierto sentido, Polo, en el texto platónico, llega a decir que todos piensan de esa manera.
Pero si quienes comenten injusticia, como los criminales, ladrones, estafadores, usureros, esclavistas, dictadores, dañan su propia dignidad, al mismo tiempo que provocan daños en las víctimas, entonces no pueden ser realmente felices.
De ahí se sigue la otra tesis que Sócrates defiende en el Gorgias: si la injusticia fuese un mal sumamente dañino, habría que desear ser “curados” del mismo a través de un castigo adecuado.
Es natural que esta segunda tesis encuentre una enorme resistencia en quienes son injustos, y en mucha gente que ve los castigos como un mal, como un obstáculo para la felicidad.
Sin embargo, si un castigo adecuado permite “curar” al malvado, al llevarlo a expiar sus culpas y a reparar a quienes han sido víctimas de sus injusticias, entonces ese castigo se convertiría en un auténtico camino de purificación personal.
La historia narra castigos ejemplares que han neutralizado a muchos delincuentes. Pero también nos presenta biografías de quienes, tras cometer graves injusticias, parecen haber gozado de una vida llena de placeres. Incluso en nuestros días algún dictador despiadado recibe aplausos y reconocimientos de miles de personas.
Ello, sin embargo, no es suficiente para decir que la injusticia permite alcanzar una vida feliz, cuando nunca habrá verdadera felicidad en quienes pactan con el pecado y la prepotencia.
Por eso, como suponían autores del mundo griego, entre ellos el mismo Platón, y como han reconocido tantos hombres y mujeres de todas las épocas, quienes no han sido castigados en esta vida por sus graves injusticias, tendrán que pagar por ellas en una vida tras la muerte.
Eso es lo que leemos al final del Gorgias de Platón, en un mito que encontramos recogido también en una encíclica del Papa Benedicto XVI titulada Spe salvi (n. 44).
Piensen lo que piensen Polo y tantos hombres y mujeres que creen que es posible la felicidad en la injusticia, la realidad es que todo dictador que no se arrepienta será siempre infeliz.
Como también hay que añadir, como fuente de esperanza, que quienes buscan vivir según la justicia, y saben pedir perdón cuando no la han sabido aplicar en momentos concretos de sus vidas, abren un horizonte de esperanza, desde la confianza en un Dios justo que bendice, con la felicidad eterna, a quienes han buscado actuar según la verdad, la justicia y el amor.
Imagen de Briam Cute en Pixabay