Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
No hay dolor como el sufrimiento de una madre ante las penas que la aquejan por la enfermedad o la muerte de un hijo. El vacío de su corazón no se puede colmar con nada.
Qué desgarrador es la pérdida de un hijo. No saber dónde quedó ubicado su cuerpo, que es vida de su vida. Niños robados, hijos desaparecidos por la perversidad del crimen.
Qué herida tan grande y abierta que les destroza el alma.
Madres buscadoras que nos hacen enmudecer ante sus pérdidas. Madres buscadoras que nos hablan de su dolor y de la grandeza de su esperanza.
Con cuánto cariño y respeto las hemos de contemplar y ayudar.
Esos crímenes claman al cielo. El tribunal de última instancia, el de Dios, no permitirá que ninguno de esos crímenes quede impune, en su momento, en los tiempos de Dios.
La madre cananea con la pena de una hija aquejada por un demonio, tuvo la fe humilde y sencilla puesta a prueba por Jesús (cf Mt 15, 21-28). Una mujer pagana cuya fe manifestada en su oración, la convirtió en hija de Abrahán (cf Heb 11, 8 ss). Ella cuya vida era un grito constante en favor de su hija. El silencio de Jesús y obstáculos que le puso, la hicieron crecer.
Su oración fue un dardo al Corazón de Cristo que lo hizo exclamar: ‘mujer qué grande es tu fe’.
Estas mujeres buscadoras, marginadas, olvidadas por muchos gobernantes y por nosotros, no es posible que sufran nuestro silencio y abandono.
Ese amor desgarrador de una madre, es imagen del amor sufriente de Dios, por sus hijos, que de propia voluntad se alejan de él que es fuente de vida. En el sufrimiento de una madre resplandece la presencia de Dios, quien es más Madre que Padre, como nos enseñó el Papa Juan Pablo I.
Cuántas madres ante el sufrimiento de sus hijos o su pérdida, sus vidas se convierten en un verdadero infierno.
La madre cananea se identifica con su hija, ‘Señor, ten compasión de mí’. No conocemos su nombre, porque en verdad, es el prototipo de toda madre que suplica por sus hijos.
La pena de esta mujer, como las penas de las madres buscadoras de sus hijos, conmueven el Corazón de Cristo. Tarde o temprano, serán consoladas, por él y por sus mediadores.
El mal que nos amenaza, al final no triunfará. La oración de las madres encontrará eco en el corazón de Dios.
Si es importante la oración de adoración, la oración de alabanza, la oración de acción de gracias, la oración de súplica desgarradora debe ocupar un lugar principal en nuestra vida.
La mujer cananea es modelo, como las madres buscadoras. No cesar en el empeño de orar con sencillez, humildad y honda sinceridad. La oración de súplica nos vincula con Dios; ella manifiesta nuestros límites y carencias. Somos creaturas frágiles y vulnerables. Las adversidades son acicate para más orar y convertir la vida en un grito de suplica al amor de Dios.
Santa Mónica, madre de san Agustín, fue una madre que oró y suplicó la conversión de su hijo; oró y lloró años y años, hasta que finalmente su hijo Agustín se convirtió a la fe cristiana y católica, se convirtió también en obispo, santo y doctor de la Iglesia. Afirma este gran santo, sabio y maestro de generaciones: ‘Así hizo la mujer cananea: pidió, buscó, llamó a la puerta y recibió. Hagamos igual forma nosotros lo mismo y también a nosotros se nos abrirá’.
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