Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Jesús hace una especie de sondeo de opiniones (cf Mt 16, 13-20). Pregunta qué se dice sobre su identidad. Ayer como hoy son distintas:  de la gente común, Juan el Bautista, Elías, Jeremías o alguno de los profetas; de los ilustrados, de filósofos, teólogos, ateos. Son numerosas y diferentes.

Solo Simón Pedro, bajo la revelación del Padre, hace la profesión de fe sobre la identidad de Jesús: ‘Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo’.

En respuesta Jesús utiliza dos imágenes con su peso especifico en la Santa Escritura: la Roca y las Llaves.

La Roca se designa a Dios en los Salmos con frecuencia, como Roca y salvación (Sal 62, 3). En el Nuevo Testamento, Jesús es la Piedra angular; dice san Pablo ‘Y la Roca era Cristo’ (1Cor 10, 4).

Jesús sin renunciar a esta condición, la participa a Simón Pedro: ‘Tú eres Pedro-Kefás-Roca, y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia’; Cristo resucitado necesita el sacramento visible de su presencia de Roca en Pedro.

Los fieles de la Iglesia, así participamos de esa seguridad, de esa fortaleza de la Roca-Cristo, de la Roca-Pedro, para que los poderes del infierno no prevalezcan sobre la Iglesia, en virtud del don de la fe ofrecido por el Padre celestial  a los que están en comunión con su Hijo, en comunión con Pedro y sus sucesores, como los señala san Ireneo en ‘Adversus Haereses’,-Contra los Herejes, fiarse de la Iglesia fundada por Jesús, es la Iglesia apostólica; ante la duda acudir al sucesor de Pedro, que serían  sucesivamente Lino, Cleto, Clemente, Sixto…  y hoy es Francisco.

Las Llaves del Reino. Implican el pleno poder. Se le entrega la Llave del palacio de David, a Eliaquín: ‘Aquel día llamaré a mi siervo Eliaquín, hijo de Jelcías, lo vestiré con tu túnica, le colocaré tu banda y le confiaré tus poderes. Será un padre para los habitantes de Jerusalén y para el pueblo de Judá. Pondré en sus manos la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá’ (Is 22, 20-22).

En la Nueva Alianza es Jesús ‘el que tiene la llave de David, el que abre y nadie cierra, el que cierra y nadie abre’ (Ap 3, 7); es la Llave de la vida eterna, ’las llaves de la muerte y del infierno’ (Ap 1, 18).

Cristo Jesús hace partícipe a Pedro del poder de las Llaves: ‘Lo que él ate o desate quedará atado o desatado en el Cielo.

Cada uno de nosotros tenemos que dar cuenta de esa fe, para ser dichosos y bienaventurados; bajo la acción del Espíritu Santo, que es la gracia de la revelación del Padre, podemos proclamar con honda convicción y desde lo profundo del corazón, que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

Implica la coherencia de vida, así como respondió la Madre Santa Teresa de Calcuta. ‘¿Quién es para mí Jesús? Para mí Jesús, es el Camino a seguir, la Verdad a proclamar, la Vida a vivir’.

Y para mí, ¿qué y quién es Jesús de Nazareth?

He de responder con honda sinceridad, más allá de las fórmulas, ritos o etiquetas. Ahondar en él, cambia la vida, nos lleva a participar de su vida y de su Cruz.

Más allá de la ortodoxia de nuestras fórmulas, mi confesión de fe ha de ser vital y radical. Confesar con la vida y los labios que Jesús es mi Señor. Así como dice Karl Lehmann, ‘El hombre moderno solo será creyente cuando haya hecho una experiencia auténtica de adhesión a la persona de Jesucristo’.

También habrá que dar razón de nuestra fe-esperanza en Cristo Jesús, ante las ideologías y doctrinas en boga, con la inteligencia ilustrada y el corazón llameante.

 

Imagen de ariyandhamma en Pixabay


 

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