Por Arturo Zárate Ruiz
Muchas feministas se quejan de que se minusvalora a las mujeres. Y tienen mucha razón si se considera la discriminación que aún sufren por sus menores salarios, participación política, oportunidades en la administración pública, y su rol en las empresas y en la economía formal. Que se les ha relegado, como lo exaltaron los nazis, a Kinder, Küche, Kirche, es decir, los niños, la cocina y el rezar en las iglesias.
No tengo duda de que no pocos “machos” consideran, todavía, que estas actividades son las que se reservan a la mujer, ni de que piensen además que un varón no debe realizarlas por ser “menores”. Ciertamente yerran en creerlo así. Y yerran más esas feministas —aun si se las relegara al hogar, a los niños y a los rezos— en considerar que estas últimas tareas no son importantes, y que sólo las responsabilidades “profesionales” lo son.
Reconozco que la maternidad es algo muy especial en las mujeres. Pero la paternidad de los hombres no excluye que ellos le den también biberón a los niños, les cambien de pañales, bañen, mezan, arrullen, mimen, cuiden de su sueño, atiendan cuando lloran o andan sueltos como perinola, jueguen, vistan, lleven y traigan a la escuela, o al médico, o a misa y al catecismo, sí, también a las fiestas infantiles en las que únicamente sirven abominable Koolaid, les lean cuentos, revisen sus tareas y avances en la escuela, conversen para saber qué les sucede y sepan ellos también quién es uno y cuánto uno los quiere, aunque también que no sea sólo la mamá “la señora con chancla”, pues la corrección no es una responsabilidad ajena al papá.
Esos machos dirán que ellos sí se meten en la cocina, pues los hombres, según su “humilde” opinión, somos los mejores “chefs”. Aun si lo fuésemos, entrar a la cocina no se debe quedar en usar sartenes y platos, también en lavarlos, poner y recoger la mesa, servir bien la comida, mantener limpia la cocina. Que las tareas de limpieza allí, y en toda la casa, inclusive la ropa (también el remendarla), no es asunto sólo para las mujeres.
Y rezar, bueno, si a un hombre no le gusta rezar que le caiga el veinte a tiempo que el ir al Cielo consistirá en platicar todo el tiempo con Dios. Si no le gusta hacerlo ahora, que advierta que luego Dios no lo obligará a hacerlo, por lo que la alternativa de este hombre “machísimo” será el Infierno.
Lo que nos lleva a ponderar qué es lo más importante.
Reconozco que la vida profesional lo es, si no para desarrollar necesariamente talentos especiales, ¡sí para ganar al menos el sustento diario! Reconozco que la división del trabajo, por común acuerdo, es recomendable en el hogar, y que, una vez puedan los chamacos hacerlo, debe ordenárseles el colaborar. Reconozco inclusive que, por algunas exigencias exclusivas de la maternidad como la lactancia, a la mujer le corresponda, en tales circunstancias, una mayor atención a los niños. Pero eso no excluye al hombre del Kinder, Küche, Kirche, y lo creo porque eso es lo más importante.
La vida profesional, que suele acaparar el hombre, suele ofrecer recompensas: dinero y aplausos. Sin negar que sea necesaria, Jesús advierte: «Guárdense de las buenas acciones hechas a la vista de todos, a fin de que todos las aprecien. Pues en ese caso, no les quedaría premio alguno que esperar de su Padre que está en el cielo». Ergo, son las “pequeñas” cosas que por tradición hacen cada día las mujeres por simple amor, sin que se noten, las que tendrán recompensa en el Cielo. ¡Hagámoslas también nosotros si queremos ir allí!
Hay otra razón muy humana. El profesionista, el especialista, acaba como el cangrejo violinista, con una sola tenaza, aptitud, grandotota, todo lo demás atrofiado, chiquitito. Comparémonos con las mujeres: multifacéticas, balanceadas, muy humanas, porque hacen de todo.
Una última razón: a la mayoría de los hombres ni nos van a aplaudir ni nos van a pagar bien, así que ni nos la creamos que afuera tendremos esa recompensa. Consigamos al menos el amor en nuestras casas y, por supuesto, en el Cielo que esperamos. Ese amor, ya en este mundo, se extiende a toda la sociedad, y es base de la armonía y de la paz.
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