Por P. Fernando Pascual

En la continua atención por los temas ambientales y por el cuidado del planeta Tierra vale la pena recordar las reflexiones y enseñanzas de un gran filósofo del siglo XX: Hans Jonas (1903-1993).

Su obra, El principio responsabilidad, publicada en 1979, fue un grito de alarma ante los peligros de una tecnología que, según Jonas, aumentaba su propia autonomía y lograba una fuerza que resultaba sumamente peligrosa para los ecosistemas y el ambiente en general.

Un punto clave de esa obra consiste precisamente en el relieve dado a la responsabilidad humana. Lo que realizamos con ayuda de la técnica no resulta indiferente, sino que tiene consecuencias no solo en el agente o en otros seres humanos, sino en los complejos equilibrios que permiten la necesaria continuidad de la vida en la Tierra.

Además, Jonas supo intuir los riesgos y límites de las diversas formas de utopía y de exaltación del progreso, que olvidaban los riesgos propios de una tecnología cada vez más potente y, por lo mismo, abierta a usos correctos o equivocados cuyas consecuencias podrían ser irremediables.

Por eso, sintió la necesidad de promover un serio trabajo orientado a la conservación del ambiente (gracias al cual podemos vivir). Tal trabajo debería ser desarrollado en todos los niveles, local, regional, estatal e, incluso, mundial.

Una motivación de fondo de estas propuestas consistía en abrir el horizonte de nuestras decisiones del “hoy” hacia lo que pudiera ser el “mañana”, en especial para que fuese posible ofrecer a las generaciones futuras un mundo compatible con la vida en toda su riqueza y complejidad.

Algunos podrían objetar que las reflexiones de Jonas eran excesivamente pesimistas, incluso que incurría en el catastrofismo. Pero Jonas mismo respondería que está en juego algo tan serio que vale la pena promover un cierto temor (lo que él llamaba una “eurística del miedo”) para que el hombre se autolimite.

Otros señalarán que no hay ninguna seguridad de que existan generaciones futuras. ¿Cómo podríamos tener deberes hacia quienes no existen, y no sabemos si existirán? Jonas respondía que, aun sin tener la certeza de si habrá en el futuro seres humanos, vale la pena esforzarnos por dejar abiertos espacios a su posibilidad.

Hay un aspecto que merece una atención más concreta: cuál sea el origen y el destino de los seres humanos. En este punto, Jonas parecía colocarse en una perspectiva de tipo evolucionista y con poco interés ante la pregunta de si tenemos o no tenemos un alma espiritual y una relación única con un Dios creador.

Creo que este aspecto constituye un punto mejorable en las propuestas de Jonas, pues solo tiene sentido una visión ética y una bioética a favor del ambiente y de las generaciones futuras cuando se reconoce la singularidad humana y su condición de creatura espiritual, amada por Dios y destinada a una vida eterna tras la muerte.

Reconocer tal singularidad, según mi parecer, refuerza aún más las propuestas de Jonas a favor del cuidado del ambiente y de la atención que debemos prestar a las generaciones futuras, como han expuesto en los últimos años varios papas, por ejemplo Juan Pablo II, Benedicto XVI y, sobre todo, Francisco, con su encíclica Laudato si’.

En las propuestas de Hans Jonas podemos reconocer que sigue siendo una voz importante en las reflexiones humanas a favor del respeto del ambiente, por haber subrayado la necesidad de una buena ética para controlar y usar adecuadamente la tecnología, en vistas a permitir que la vida siga adelante en este mundo en el que ahora vivimos, en camino hacia la patria eterna donde esperamos encontrarnos, ya para siempre, con el Dios Creador y Padre de todos los vivientes.

 

Imagen de Shameer Pk en Pixabay


 

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