La siguiente oración fue escrita y pronunciada por San Juan Pablo II en la reunión de la Federación Internacional de Asociaciones Médicas Católicas (FIAMAC), del 3 al 8 de julio de 2000.

Señor Jesus,

Divino Médico, que en tu vida terrena mostraste especial solicitud por los que sufren, confiando a tus discípulos el ministerio de la curación, haznos siempre dispuestos a aliviar las pruebas de nuestros hermanos. Haz que cada uno de nosotros sea más plenamente consciente de la gran misión que se nos ha confiado, para que nos esforcemos siempre por ser, en el desempeño del servicio diario, un instrumento de tu Amor misericordioso. Ilumina nuestras mentes, guía nuestras manos, haz que nuestros corazones sean diligentes y compasivos. Asegúrate de que, en cada uno de nuestros pacientes, aprendamos a discernir los rasgos de tu Rostro divino.

 Tú, Señor, eres el Camino . Danos el don de saber imitarte cada día, como médicos, no sólo del cuerpo, sino de toda la persona, para que ayudemos a los enfermos a recorrer con confianza su propio camino terrenal, hasta el momento de su eterno encuentro Contigo.

 Tú, Señor, eres La Verdad . Concédenos el don de la sabiduría y de la ciencia, para que podamos penetrar en el misterio del hombre y de su destino trascendente, acercándonos a él para descubrir las causas de su mal y encontrar los remedios adecuados.

 Tú, Señor, eres La Vida . Concédenos el don de predicar y dar testimonio del ‘Evangelio de la Vida’ en nuestra profesión, comprometiéndonos a defender la vida siempre, desde su concepción hasta su fin natural, y respetando la dignidad de todo ser humano, especialmente de los más débiles y de los más necesitados.

 Haznos, oh Señor, buenos samaritanos, dispuestos a acoger, tratar y consolar a quienes encontremos en nuestro trabajo. Siguiendo el ejemplo de los santos médicos que nos han precedido, ayúdanos a ofrecer nuestra generosa contribución a la renovación constante de las estructuras sanitarias.

 Bendice nuestros estudios y nuestra profesión, ilumina nuestra investigación y nuestra enseñanza. Por último, concédenos, después de haberte amado y servido constantemente en nuestros hermanos que sufren, que al final de nuestra peregrinación terrena podamos contemplar tu Rostro glorioso y experimentar la alegría del encuentro contigo en tu Reino de alegría y paz eterna.

Amén.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 22 de octubre de 2023 No. 1476

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