Por P. Fernando Pascual

Hay imprevistos en los trenes y en el tráfico, en los ascensores y en las calles, en los hospitales y en la red eléctrica, en la familia y en el mundo.

Quisiéramos controlar tantos imprevistos que parecen amenazarnos continuamente. Pero resulta casi imposible, lo cual provoca cierta inseguridad ante el futuro.

Ciertamente, con prudencia, podemos reflexionar sobre qué imprevistos podríamos “prever” y cómo afrontarlos si aparecen en nuestro camino.

Pero esa reflexión nunca podrá cubrirlo todo, pues la vida es inabarcable a las mejores previsiones, incluso las realizadas por modernos programas electrónicos.

Por eso, necesitamos aprender a convivir y acoger los imprevistos conforme llegan, y adaptarnos a los mismos con serenidad y realismo.

Algún imprevisto arruinará el plan del día, incluso de la semana o de varios meses. Pero lo que pueda ocurrir no impide descubrir qué horizontes siguen abiertos para nuevas decisiones.

En esos horizontes podremos descubrir un continuo designio de Dios, que es capaz de extraer bienes de los males, que dirige misteriosamente la historia, también a través de imprevistos que nos sorprenden y nos obligan a un cambio completo de planes.

Al final, en una lectura serena del camino de la propia vida y de la vida de tantos otros seres humanos, descubriremos cómo algunos imprevistos nos permitieron reconocer que vivíamos con comodidad egoísta, y nos lanzaron a una mayor confianza en Dios.

Este día quizá no surjan imprevistos ni sobresaltos. O quizá inicie con la sorpresa de un familiar que ha caído por las escaleras o de una huelga salvaje que ha paralizado el metro.

Hay que reajustar la jornada. No estamos ante el fin del mundo, sino ante un cambio de planes, que podré vivir mejor si confío en Dios y me abro a sus sorpresas con un único deseo: amarle más a Él y amar más a mis hermanos.

 

Imagen de Manuel Alvarez en Pixabay


 

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