Por Mauricio Sanders

Por doquier se oye que la clave de la elección de 2024 estará en los jóvenes y que las candidatas tratarán de atraerlos. No me hago ilusiones en cuanto a la manera en que querrán atraerlos. Para hacer claro mi argumento, exageraré.

Supón que aparece un mercadólogo maquiavélico, sin conciencia ni vergüenza, y que la más descarada de las candidatas lo contrata. El mercadólogo sale en redes sociales con un cuento como el que la Zorra le echó a Pinocho: “Te voy a dar una lanita mensual, bastante más que el mugre domingo que te da tu papá. Luego, si quieres más, te inscribes en una escuela, pero no te preocupes, no tienes que estudiar. Cuando te demos tu diploma, vas a tener chamba segura, haciendo unos crucigramas de pocasú. A los 55, te jubilas con el último sueldo que cobrabas”.

Si, allá por febrero, el mercadólogo ve que su candidata no levanta, puede endulzar la oferta: “De pilón, te doy celular con internet de banda ancha gratis, para que veas videos a gusto. También voy a pasar una ley para que, si tus papás te dan mucha lata, te puedas salir de tu casa e irte a vivir a unos hostales que voy a poner, con gimnasios de caché”. Si para marzo la candidata no despega, el mercadólogo pone más carnada sobre la mesa: “En los hostales, habrá coolers en los refris de cada cuarto y anticonceptivos gratis”. Con dos o tres lleguecitos más que le demos a la ética y la moral, semejante oferta corruptora de menores no es inimaginable.

O súbdito o héroe

No me hago ilusiones, pero sí estoy dispuesto a dejarme sorprender. Quizá alguna de las candidatas intente atraer a los jóvenes votantes tratándolos como a seres humanos con aspiraciones de infinito, que intuyen el pleno vigor de sus fuerzas físicas, mentales y espirituales, a la vez que experimentan el terror espantoso de no saber qué hacer con ellas. Quizá les ofrezcan algo así: “Conmigo habrá escuela gratis, pero nada de flojear. Además de pasar con buenas calificaciones, tendrás que tener una rutina de ejercicio, de preferencia un deporte de equipo, para que aprendas a colaborar. Tienes que practicar arte. O pintas o te metes al coro o la orquesta o al grupo de teatro. También tienes que aprender alguna forma de práctica espiritual, la que tú quieras, yoga, programa de Doce Pasos o las dos. Mi trabajo es apoyar a tus papás. Lo que ellos digan, eso se hace. En tu casa, yo no me meto”.

Al hacer su oferta, cualquiera de las dos candidatas podría ponerse a sí misma como ejemplo. Una podría decir: “Veme a mí. Yo, además de ir a la escuela, bailaba ballet. Hacer puntas me enseñó a disciplinarme. Luego, fui a la Facultad de Ciencias, cuando no era enchílame esta gorda.” La otra podía decir: “Veme. Además de ir a la secundaria, vendía gelatinas y luego me puse a chambear, para poder estudiar robótica. Yo le chingué. Eso me trajo aquí”. Quizá alguna candidata se fusile las líneas de Winston Churchill: “Joven mexicano, no te ofrezco más que afanes y sudor”.

No me hago ilusiones, pero estoy dispuesto a dejarme sorprender. Quizá haya mexicanos entre 18 y 22 años que no quieren prestaciones, sino un poema que los inspire a vivir. Quieren que se les trate, no como a pedinches poquiteros, sino como a héroes del Señor de los Anillos.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 15 de octubre de 2023 No. 1473

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