Por P. Fernando Pascual

Hay palabras incendiarias: atizan las pasiones, hieren al oyente, provocan ira o tristeza en familia, en reuniones o en el ambiente de trabajo.

Hay palabras pacificadoras: promueven calma en familia o en reuniones difíciles, facilitan decir las propias ideas, abren espacio a la escucha en el respeto.

Hemos experimentado en no pocas ocasiones el daño que provocan esas palabras incendiarias de quien se deja llevar por la rabia, por el odio, por la soberbia, por el desprecio hacia uno o varios oyentes.

También hemos experimentados cierto alivio ante palabras pacificadoras, quizá acompañadas con un toque simpático que provoca sonrisas y que destensa el ambiente.

Desde lo que hemos visto y experimentado podemos hacernos una pregunta sencilla pero exigente: ¿qué tipo de palabras uso ante los demás?

Cuando hay tensión en la familia, cuando en el trabajo abundan quejas, reproches, críticas, ser un instrumento de paz puede ayudar mucho a los presentes.

No resulta fácil intervenir con palabras justas, sencillas, sinceras y cariñosas, porque a veces estamos cansados, o porque nos han ofendido, o porque el otro empezó la “refriega”.

Pero con un pequeño esfuerzo, podré “morderme la lengua” para no atizar el fuego, para no defenderme o contratacar, y para encontrar esas palabras que puedan ayudarnos a todos.

En ese pequeño esfuerzo, pediré ayuda al Hijo de Dios, que vino al mundo sencillo, sin muestras de ira y sin gestos de venganza, y que atrajo a los corazones con esa mansedumbre y humildad que dieron un tono único y pacificador a cada una de sus palabras…

 
Imagen de StockSnap en Pixabay


 

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