El amor al pobre es una dimensión ineludible del amor cristiano, el pan cotidiano de nuestra vida de fe. A diez años de su promulgación, Evangelii Gaudium nos sigue interpelando con su llamado a una reforma misionera.

Por Enrique Ciro Bianchi – Vatican News

Este fin de semana la Iglesia celebra la séptima edición de la Jornada Mundial de los Pobres, instituida por el Papa Francisco como un camino para que arraigue en la vida eclesial la convicción de que el amor a los pobres está en el corazón del Evangelio. Este año, la Jornada se da en el contexto del décimo aniversario de la exhortación Evangelii Gaudium, documento programático de este pontificado (en adelante: EG). Allí Francisco impulsa a la Iglesia a entrar en una dinámica de conversión pastoral. Una Iglesia en salida, que viva del sueño de llevar a todos la misericordia de Dios. En primer lugar a los pobres, que –como afirma Benedicto XVI y repite Francisco– son los destinatarios privilegiados del Evangelio (EG 48).

Desde los primeros días de su pontificado, Francisco mostró gestos proféticos de amor a los pobres. Uno de los más contundentes fue el haber elegido como destino de su primer viaje la isla de Lampedusa, una de las puertas traseras por donde los excluidos intentan filtrarse para recoger las migajas de las sociedades modernas. Con ese gesto, el Papa puso en el primer plano de la agenda internacional el drama de los migrantes, y le señaló a la Iglesia el camino de volver su rostro hacia el pobre y acercarse a los millones de marginados que genera –e invisibiliza– el mundo de hoy. Ese día, en una vibrante homilía, nos invitó a reflexionar sobre nuestra responsabilidad por la sangre de esos hermanos, al denunciar que semejante nivel de exclusión solo es posible porque hemos caído en la globalización de la indiferencia (Homilía en Lampedusa, 8/7/2013).

En Evangelii Gaudium, Francisco ofrece una fundamentación teológica de esos gestos proféticos. Allí explica que los cristianos estamos llamados a tener un amor de preferencia por los pobres y que esta actitud está arraigada en la predilección que el mismo Dios tiene por ellos (EG 197). La opción por los pobres es ante todo una opción teológica, de la que –como afirma San Juan Pablo II– da testimonio toda la tradición de la Iglesia (EG 198). Al pobre y a la pobreza se los contempla desde Cristo, que “se hizo pobre” (2Co 8,9) y se identificó con ellos (Mt 25,35s). En esta identificación de Cristo con los pobres, y en su pedido explícito de ser amado en ellos, está la raíz de esta opción.

El amor al pobre es una dimensión ineludible del amor cristiano, el pan cotidiano de nuestra vida de fe. Francisco nos recuerda que Dios nos quiere como instrumentos suyos para escuchar el clamor del pobre. Taparnos los oídos frente a este clamor “nos sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto” (EG 187). No se trata solo de hacer beneficencia con los pobres, sino que “estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos” (EG 198). El Papa nos llama a soñar en grande y buscar una evangelización desde los pobres entendida como “una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia” (EG 198).

A diez años de su promulgación, Evangelii Gaudium nos sigue interpelando con su llamado a una reforma misionera. Toda renovación eclesial consiste esencialmente en el aumento en la fidelidad a la propia vocación (EG 26). El llamado a amar preferencialmente a los que el mundo desprecia está en el ADN más profundo de la identidad de la Iglesia. Así lo entiende el Concilio Vaticano II cuando, al reflexionar sobre el misterio de la Iglesia, afirma que esta procura servir a Cristo en los pobres ya que “reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente” (Lumen Gentium 8). En la medida en que la vida eclesial crezca en el servicio a Cristo en los pobres, la Iglesia será un reflejo más limpio del rostro misericordioso de Dios. Este está amorosamente orientado hacia los últimos y nos invita a acompañarlo: “No apartes tu rostro del pobre” (Tb 4,7).

 


 

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