Por P. Fernando Pascual

La Iglesia pide a los sacerdotes, seminaristas, consagrados, y aconseja a los bautizados en general, que hagan ejercicios espirituales.

Quienes suelen hacer ejercicios espirituales con cierta frecuencia, por ejemplo cada año, pueden llegar a una situación de rutina, como si se tratase de un peso.

Otros, gracias a Dios, viven los ejercicios espirituales con una gran ilusión de abrirse al Espíritu Santo, de renovar la propia vida, aunque ya los hayan hecho muchas veces.

Lo importante, al empezar unos ejercicios espirituales, es pedir ayuda a Dios para abrirse a lo que Él pueda decir, de forma que Él transforme, purifique, consuele, genere esperanza.

La vida del cristiano en sus diferentes vocaciones necesita momentos fuertes que le permitan ir a lo esencial, en un diálogo íntimo y sereno con Dios.

Ciertamente, cada domingo tenemos la misa. Muchas personas van a misa con más frecuencia, tienen momentos de oración en la semana, leen la Biblia.

Pero los ejercicios espirituales, si están bien llevados, pueden convertirse en un momento fuerte de la gracia, en un rejuvenecimiento espiritual.

Los frutos dependen, ciertamente, de Dios: si Él no construye la casa, en vano trabajan los albañiles (cf. Sal 127,1). Sin embargo, también hay mucho que depende de cada uno, sobre todo de la generosidad con la que realiza los ejercicios.

Por eso, podemos pedir a Dios, al empezar un retiro, una convivencia espiritual, unos ejercicios, que nos dé apertura de corazón, fuerza de voluntad, hasta llegar a un propósito sencillo, pero firme, de vivir al máximo los momentos dedicados a la oración.

Entonces, empezar ejercicios espirituales se convierten en un gracia muy particular, porque permiten el encuentro íntimo entre el alma que desea dialogar con el Amado, y el Dios que tiene su delicia en estar con los hijos de los hombres… (cf. Prov 8,31).

 

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