Por Jaime Septién

En el recuento que hace de su vida el filósofo y psiquiatra alemán Karl Jaspers (1883-1969) y que está cifrado en el título del libro (que es el mismo de esta columna) hay una buena cantidad de enseñanzas valiosas Una de ellas, la principal, es que el ser humano se mueve, justamente, entre la voluntad de ser y el destino que le toca en suerte padecer o superar. Jaspers tuvo que enfrentar, desde su primer año de vida una ristra de enfermedades. Los días sin dolor y sin algún padecimiento fueron raros.

Sin embargo, llegó a los 86 años, fue uno de los principales filósofos de la existencia en el siglo XX, profesor destacado, psiquiatra, sufrió el exilio (su esposa era judía y tuvo que abandonar Alemania en tiempos de Hitler), pero logró, por la fe y la voluntad, llegar a tan avanzada edad. Al recordar a su padre, da la clave de este “éxito”. “Cada hombre es primeramente él mismo. Lo que él es lo decide en su interior consigo mismo, allí donde no penetra la mirada del otro, sino donde únicamente puede tomar parte el amor”. El esfuerzo de la voluntad y el apoyo en una fe sólida en Dios y de que la vida tiene sentido (y ese sentido “viene de dentro”, nunca “de fuera”) levanta al hombre por encima de la necesidad y de su circunstancia.

Desde luego, hay circunstancias más favorables que otras. No es igual un hombre enfermo que uno sano. Y el dolor es intransferible. Jaspers estuvo a punto, a los 15 o 16 años, de “tirar la toalla”. Reculó. Se dio cuenta de algo que pasamos por alto cada vez que nos quejamos de lo que tenemos, de lo que somos, de dónde Dios nos situó y de las desventajas que esta situación conlleva: que podemos superarlo. Nunca de un jalón. Paso a paso. Esperando contra toda esperanza. Y cumpliendo con nuestro deber. Como dice este filósofo entrañable: “También en el enfermo existen deberes”, más aún en el hombre sano.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 29 de octubre de 2023 No. 1477

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