Por P. Fernando Pascual
Todo lo que hacemos tiene consecuencias. Lo que no hacemos también tiene consecuencias.
Si escojo una buena dieta de alimentos seguramente mejoraré mi salud en general. Si hago deporte adecuado y frecuente, se consolidará mi vigor y resistencia física.
Si dejo para después la revisión del coche, aumenta el riesgo de algún imprevisto o accidente.
No siempre se producen las consecuencias que habíamos previsto. El alimento sano en ocasiones provoca una extraña reacción alérgica.
Otras veces nos encontramos con consecuencias imprevisibles. Nadie podía imaginar que el error de aquel médico iba a provocar una mejora en la salud.
Reconocer que existen consecuencias de nuestros actos y de nuestras omisiones nos lleva a asumir la propia responsabilidad.
Porque reconocemos esa responsabilidad cuando nos damos cuenta de que nuestro futuro próximo o lejano, y el futuro de otras personas, depende de lo que hagamos o dejemos de hacer ahora.
Por ejemplo, ofrecer ayuda a una asociación humanitaria eficiente y honesta ayudará a diversas personas a tener medicinas o agua potable. En cambio, dar dinero a una asociación humanitaria corrupta o ineficaz implica usar inútilmente nuestros bienes materiales.
El camino de la vida nos pone continuamente ante encrucijadas en las que decidimos qué hacer. Las buenas decisiones permitirán abrir mejoras para nosotros y para otros. Las malas decisiones pueden provocar daños más o menos importantes.
Este día inicia con diversas opciones ante mis ojos. Soy responsable de lo que voy a decidir. Por eso pido ayuda a Dios para escoger aquellos actos que generen consecuencias buenas y justas para tantas personas necesitadas de cariño y esperanza…
Imagen de Mohamed Hassan en Pixabay