Por P. Fernando Pascual
El Papa Juan XXIII explicó, en un hermoso discurso pronunciado en enero de 1960, cuáles serían los tres elementos centrales para todo sacerdote: cabeza, corazón y lengua.
Miremos la primera palabra. El Papa la explicaba así: “Por la cabeza se mide la doctrina, el juicio, el juicio acertado del hombre de Iglesia, del sacerdote de Cristo”.
Ello implica, añadía Juan XXIII, conseguir una cultura adecuada desde la lectura de libros bien escogidos. Sin tal cultura, es mejor no ordenarse sacerdote. Por ello, añadía el Papa, es “necesario estudiar y estudiar toda la vida. Nunca faltará materia de estudios siempre nuevos”.
Todo ello exige un continuo estudio, sobre todo en tres ámbitos bien precisos: “El conocimiento de los Libros sagrados, Antiguo y Nuevo Testamento; de los Padres y de los grandes maestros de la filosofía y de la teología, Santo Tomás en cabeza; la ciencia litúrgica y su aplicación, verdadero jardín delicioso de flores y de árboles más perfumados y majestuosos; y en tercer lugar el conocimiento y la práctica de la legislación general del Código de Derecho Canónico”.
Por lo que se refiere al corazón, el Papa explicaba lo siguiente:
“El corazón de un sacerdote debe estar lleno de amor, como la cabeza debe resplandecer de verdad y de doctrina. Amor a Jesús ardiente, piadosísimo, vibrante y abierto a todas aquellas efusiones de mística intimidad que hacen tan atractivo el ejercicio de la piedad sacerdotal, de la oración, tanto de la oficial de Iglesia universal como de la de las formas privadas bien escogidas y seguidas y cuya práctica constituye la delicia y el alimento sabroso y sólido del alma, es fuente perenne de buen ánimo, de consuelo contra las dificultades, a veces en las duras dificultades de la vida y del ministerio sacerdotal y pastoral”.
El corazón ama, por lo tanto, a Cristo, y ama también “a la Iglesia y a las almas, especialmente a aquellas confiadas a nuestros cuidados y a nuestras más sagradas responsabilidades: almas pertenecientes a todas las clases sociales, pero con especial interés y solicitud las almas de los pecadores, de los pobres de todas clases, de cuantos se consignan en las obras de misericordia y todo lo que se relaciona con ellas o se inspira en la caridad evangélica”.
El tercer elemento queda plasmado a través de la palabra “lengua”, una lengua orientada y dirigida por la caridad. Así lo explicaba san Juan XXIII: “Situados siempre en la doctrina o en el orden de la caridad, pero en relación especial con el don hecho por Dios al hombre de transmitir al cielo y a la tierra, con voz resonante, lo que es interioridad del espíritu”.
A continuación, el Papa avisaba de los peligros de un mal uso de la lengua: “Tenemos la impresión de que en lo tocante al dominio de la lengua, todos pecamos algo más o menos. Y que el saber callar y saber hablar a tiempo y bien, es señal de gran sabiduría y de gran perfección sacerdotal”.
Luego añadía: “La larga experiencia de la vida enseña a todos que, para provecho de nuestra alma, ayuda bastante más ver en las cosas el bien y detenerse en él que buscar el mal y los defectos y subrayarlos ligeramente y peor si se hace con malicia”.
El Papa reforzaba estas ideas con citas de la Primera Carta de San Pedro y de la Carta de Santiago, así como de un texto de san Lorenzo Justiniani.
Mente, corazón, lengua: tres palabras que nos permiten acercarnos a dimensiones de la vida cristiana, sobre las que el Papa Juan, con su corazón de Pastor y Padre, invitaba a los sacerdotes a vivir en plenitud la llamada a llevar el Amor de Cristo a todos los hombres.
(Las palabras de Juan XXIII fueron dirigidas al primer sínodo diocesano de Roma el 26 de enero de 1960 y se encuentran en www.vatican.va).
Imagen de Carlos Daniel en Cathopic