Por P. Fernando Pascual

El plan de la tarde era sencillo: arreglar una silla, ordenar un estante de libros, leer un libro sobre las guerras entre Roma y Cartago.

Un amigo llama por teléfono. Quiere hablar con calma esta tarde. Necesita apoyo ante los problemas de su familia.

Cuando llega una propuesta, experimentamos diversas reacciones, algunas favorables, otras de contrariedad, sobre todo si la propuesta “arruina” planes muy deseados.

¿Cómo reacciono ante peticiones sencillas, como la de quien pide que dejemos de leer en internet para que demos una mano a la limpieza de la cocina?

Las reacciones surgen normalmente desde diversas perspectivas, especialmente porque espontáneamente pensamos qué vamos a ganar o perder si aceptamos la propuesta y cambiamos de planes.

Otra perspectiva se apoya en el mayor o menor afecto que experimentamos hacia la persona que nos lanza una petición. Si esa persona resulta antipática, su propuesta no será bien acogida. Si es realmente importante en nuestro corazón, estaremos mejor dispuestos para dar un sí.

Lo importante, cuando llega una propuesta, sobre todo si implica un cambio (pequeño o grande) en mis proyectos, consiste en dejar a un lado actitudes egoístas y abrir la mente y el corazón a lo que podamos hacer, sobre todo si quien nos pide algo está especialmente necesitado.

En ocasiones tendremos que dar una negativa, porque tenemos un problema de salud, o porque el plan de esta tarde incluía una atención urgente a un familiar enfermo.

Pero en otras ocasiones podremos reajustar la “agenda”, cambiar planes, y abrirnos a una petición de ayuda, sobre todo si quien la pide busca no solo que le dé una mano, sino que le acompañe con mi afecto en un momento particular de su existencia.

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