Por Mons. Joaquín Antonio Peñalosa
“Diez años después de tomada la ciudad de México, se suspendió la guerra y hubo paz. A la sazón, en el año 1531, a pocos días del mes de diciembre, sucedió que había un pobre indio de nombre Juan Diego, según se dice, natural de Cuautitlán… Era sábado muy de madrugada, y venía en pos del culto divino y de sus mandados”.
Así comienza el Nican Mopohua, la primera historia de las apariciones de la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac, escrita en náhuatl por Antonio Valeriano, indio originario de Azcapotzalco, contemporáneo de los sucesos del Tepeyac, egresado del colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, donde se distinguió como aventajado discípulo de Sahagún.
El bachiller Luis Lasso de la Vega, vicario de Guadalupe, prebendado de la catedral de México, conocedor suficiente de la lengua mexicana, publicó el Nican Mopohua en la ciudad de México, el año de 1649. Fue traducido en 1926 por el abogado, historiador y periodista Primo Feliciano Velázquez, oriundo de San Luis Potosí, en una versión “más literaria que literal, cuidadosa de la expresión castiza” que sigue siendo útil para quien no puede llegar al original, según juzga Ángel María Garibay, el insigne traductor de la poesía azteca. Recientemente el Nican ha sido vertido por el experto nahuatlato Mario Rojas, sacerdote de Tlaxcala, en una traducción literal, dividida en 218 párrafos numerados.
No se trata de un poema teatral, como alguno ideó sin argumento válido; sino de un breve relato histórico que, al hilo de la narración, une hábil y gentilmente monólogos, diálogos y descripciones, cuyo interés y hermosura van desde el principio hasta el final sin que decaiga el encanto y aun la ternura de esta prosa escrita por un verdadero conocedor de la lengua y del estilo náhuatl.
El Nican Mopohua, que conserva la original frescura y el típico lirismo de los antiguos cantares y coloquios aztecas, es una joya de la literatura náhuatl, que bien podemos graduar como el primer poema guadalupano. Según Garibay, luce la expresión preciosista, la mano experta y conocedora de los antiguos modos de habla y estilo, estilo elevado y elegante, sin que falten trozos tan intensamente líricos, que parecen más bien fragmentos de un poema que de un relato histórico.
El propio Garibay apunta la hipótesis de que el Nican haya sido escrito por Antonio Valeriano junto con otros colaboradores del gran historiador fray Bernardino de Sahagún, que trabajarían en grupo.
“Al llegar Juan Diego junto al cerrillo llamado Tepeyac, amanecía; oyó cantar arriba, semejaba el canto de varios pájaros preciosos”. Quien lee el Nican Mopohua, oye también cantar varios pájaros preciosos.
Publicado en El Sol de San Luis, 10 de diciembre de 1994; El Sol de México, 15 de diciembre de 1994.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 10 de diciembre de 2023 No. 1483