Editorial

“El acontecimiento guadalupano no es algo que fue sino algo que será”, dijo alguna vez a El Observador el padre Eduardo Chávez. Lo que intuimos es que ese “algo que será” tiene mucho que ver con lo que significaron las apariciones de la Virgen a san Juan Diego aquellos días de diciembre de hace 492 años.

En las primeras cien palabras de la que monseñor Peñalosa —qué gran escritor potosino, mexicano, universal—llama “la primera poesía a la Guadalupana” están contenidas todas y cada una de las claves del Nican Mopohua y del futuro de la nación.

El poema repara en que las armas habían callado tras diez años de la caída de Tenochtitlán. Es decir, había un ambiente que favorecía el mensaje de unión entre quienes habían guerreado sin tregua ni cuartel. En seguida, se hace notar que dos son los receptores del mensaje: un natural de las tierras de Anáhuac y un recién nombrado obispo. Pueblo e Iglesia. Finalmente, como las flores del Tepeyac, brota la corola de la fe.

¿Qué le dice este “acontecimiento” a los mexicanos frente al 2024? Que la violencia tiene que callar. La verbal y la física. Imposible que broten las flores diversas de la concordia en el pedregal del odio y la división. Que el Pueblo de Dios (no el pueblo tomado como rehén del populismo ramplón y arbitrario) debe ser el protagonista de su propia historia y que la fe se hará sólida cuando los mexicanos vean a María como la reina que nos conduce al tesoro de Jesús, “el verdaderísimo” Señor por quien se vive.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 10 de diciembre de 2023 No. 1483

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