Por P. Fernando Pascual

Sorprende, al conocer la biografía de algún santo, descubrir que fue perseguido por algunas personas de buena voluntad. En cambio, resulta motivo de gloria reconocer que un santo fue perseguido por los enemigos de la fe.

Por eso, existen persecuciones que son motivo de gloria. Ser perseguidos por quienes promueven guerras injustas, por quienes defienden ideologías contra la verdad, por quienes difunden el error, es algo que confirma al perseguido en su fe.

En cambio, como enseña el Evangelio, resulta problemático recibir alabanzas del mundo que vive lejos de Cristo. “¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas” (Lc 6,26).

Desde luego, resulta difícil ser criticados, calumniados, perseguidos, incluso juzgados y condenados, por defender la verdad, por divulgar el Evangelio, por promover las enseñanzas de la fe.

La historia humana es una lucha continua entre el bien y el mal, la luz y las tinieblas, el amor y el odio, la santidad y el pecado.

En esa lucha, Cristo fue el gran perseguido. Supo defender la Verdad, enseñó sin miedo a las multitudes, no titubeó en denunciar la hipocresía y la falsedad de sus enemigos.

En los dos mil años de vida de la Iglesia, millones de hombres y de mujeres han sufrido la persecución por culpa de quienes se dejaron llevar por la fuerza del mal, de quienes rechazaron la luz y prefirieron las tinieblas.

Sin la gracia de Dios, resulta imposible mantenerse en pie a la hora de ser perseguidos. Pero con la ayuda divina y el apoyo de los santos, todos podemos vencer al mal desde la opción por el bien.

Por eso, cuando conocemos cómo algunos hermanos nuestros son perseguidos por quienes buscan vivir según la mentalidad del mundo, sentimos admiración por su valentía.

Al mismo tiempo, pedimos a Dios que los ayude para que sigan en pie, como atalayas y testigos de la gran verdad que salva a quienes creen: Cristo es el Señor, para gloria de Dios Padre…

 

Imagen de wneira en Cathopic


 

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