Por P. Eduardo Hayen Cuarón
Iniciamos el tiempo de Adviento, tiempo muy rico en espiritualidad. El color morado en la liturgia invita a la austeridad, al recogimiento, a la vida interior. Algunos profetas de desventuras han pronosticado que el fin del mundo es inminente. Me escribió una persona angustiada por haber recibido un mensaje de no sé qué vidente, diciendo que este mes de diciembre de 2023 el mundo llegaría a su fin. Hay personas que así lo creen. Ellos, observando la confusión y el caos moral que vive el mundo actual, sacan la misma conclusión: la historia está llegando a su desenlace y la entera humanidad va a desaparecer.
Es cierto que el mundo no está del todo bien. Sin embargo, pensemos en épocas anteriores a la nuestra que tuvieron signos que hicieron temblar a quienes fueron testigos de los hechos. Pienso en el siglo V cuando cayó el Imperio Romano por las invasiones de los visigodos y los bárbaros, acompañadas por una escalada estrepitosa de los vicios de la época. O en el siglo XVI, cuando la peste bubónica mató a una tercera parte de la población europea. Fueron acontecimientos que hicieron creer que el mundo llegaba a su fin. ¿Qué decir del siglo XX, con dos guerras mundiales, sus ideologías y una cifra de mártires cristianos que superó la de los siglos anteriores?
Aunque no sabemos el día ni la hora, ya que ese día nadie lo conoce sino sólo Dios (Mt 24,8), el Adviento nos recuerda que el mundo acabará. Hace unos años fray Nelson Medina dictó una conferencia y se hacía una pregunta: ¿Por qué tiene que haber una segunda venida de Cristo a la tierra? Si Cristo redentor ya murió por nosotros en la Cruz otorgándonos el perdón de los pecados y nos dio el Espíritu Santo, ¿no sería más sencillo, tranquilo y fácil que los hombres naciéramos, trabajáramos, formáramos nuestras familias y, finalmente muriéramos para subir a la presencia de Dios, y esta dinámica se repitiera por los siglos infinitos? ¿Qué hay de malo en esta trama? ¿Por qué la historia de la humanidad tiene que ser interrumpida y venir Cristo a la Tierra por segunda vez?
La razón de esto no es tan compleja. La presencia del mal en el mundo no puede durar eternamente, y no puede ejercer una presión tan grande sobre la historia sin que la historia reviente. Jesús nos ha dicho que el reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla de trigo en el campo, pero vino el enemigo que sembró cizaña junto al trigo. Crecieron juntos el trigo y la cizaña, pero el dueño del campo no quiso arrancar la hierba mala hasta el momento de la siega. En la historia, el mal ha ido creciendo junto al bien, pero también ha desarrollado formas más agresivas, sutiles y sofisticadas de su presencia en el mundo de los hombres. Llegará el punto en el que la presencia del mal se vuelva insoportable.
Fray Nelson explicaba que Jesús reveló una verdad maravillosa: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, Padre, y a tu Hijo Jesucristo» (Jn 17). Para evitar que los hombres tengan la vida eterna que Cristo nos ofrece, el Maligno se dedica a engañarnos con formas cada vez más agresivas y sofisticadas. Sin embargo, las mentiras que siembra en el mundo van cayendo con el paso de los años. Decía Abraham Lincoln que «se puede engañar a una parte del pueblo todo el tiempo; se puede engañar a todo el pueblo por un tiempo; pero no se puede engañar a todo el pueblo todo el tiempo». Hace años Satanás contó la gran mentira diciendo que el comunismo era el medio para que triunfara la justicia social, la igualdad. Prometió la felicidad terrena, pero en 1989 cayó el Muro de Berlín, y con el último ladrillo de ese muro cayó también la mentira que engañó a millones de personas. Hoy son muy pocos los que creen en el comunismo.
Cuando cae una mentira diabólica aparece otra nueva. Hoy la mentira que el Maligno cuenta –y que ha logrado seducir a millones de personas– es la ideología de género. Desde el siglo XX, con la primera y la segunda revolución sexual, el enemigo ha destruido a millones de familias. Enseñándoles a los adolescentes y jóvenes que una vida sexual activa es signo de libertad, el diablo ha minado la capacidad de amar y de formar familias sólidas. Promoviendo leyes de matrimonio igualitario y de género, ha logrado confundir la identidad misma de las personas, que ya no saben si son hombres o son mujeres.
Las mentiras no pueden sostenerse eternamente. Una tras otra cae, y caerá también la gran mentira de la ideología de género. Nuevas formas de maldad aparecen en el mundo, unas agresivas y otras sutiles y sofisticadas, como el transhumanismo. La presión es cada vez mayor sobre los hijos de la Iglesia. Llegará un momento en que esa presión del reino de las tinieblas será tan fuerte que estallará en una gran apostasía, y la persecución final se abalanzará contra el rebaño de Dios. Sin embargo, no estará sola la Iglesia –como nunca lo ha estado–, sino que Jesucristo, su Fundador, estará con ella para participarle su última victoria. Esta es la gran esperanza que nos da el Adviento.
Vivamos estas semanas con austeridad, recogimiento y vida interior. Es tiempo de fomentar la esperanza en la venida del Mesías, y aprender a clamar con la Iglesia: «Maranathá, ven Señor».
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