Por P. Alejandro Cortés González-Báez
Esta semana asistí a dos actividades relacionadas con mi ministerio sacerdotal. La primera se tituló: “El matrimonio que nunca existió”, pues versó sobre los estudios procesales realizados por los tribunales eclesiásticos para poder determinar -en algunos casos concretos- los posibles vicios jurídicos que habrían hecho inválido un supuesto matrimonio. Está claro que la Iglesia no divorcia, sino solamente puede declarar la inexistencia de los que parecían ser matrimonios. Como es de suponer, se hizo referencia al aumento de conflictos matrimoniales, divorcios y procesos canónicos en los últimos años.
La segunda actividad fue la junta mensual de decanato. Quizás convenga aclarar que un decanato lo forman varias parroquias vecinas a fin de estudiar y profundizar en temas de interés común, como también para facilitar el trabajo pastoral a través de la cooperación armónica de los párrocos y sus vicarios; etc. Pues bien, en la reunión se comentó la disminución de solicitudes para ingresar a los seminarios y la importancia de la laboral pastoral necesaria para fomentar las vocaciones sacerdotales.
Considero importante entender que tanto el sacerdocio, como el matrimonio, son vocaciones de entrega, lo cual nos lleva a la conclusión de que el sacerdocio no está en crisis; ni el matrimonio está en crisis; sino que es el mismo ser humano el que está en crisis toda vez que ha perdido la capacidad de darse, de entregarse, y esto es grave, muy grave.
Está claro que son muchas las causas que influyen en este problema, como por ejemplo la publicidad que hacen algunos medios en contra de la fidelidad matrimonial, de la Iglesia, de virtudes como la castidad, influyendo en la pérdida de sentido cristiano en muchas familias, fomentando una sociedad que se va descristianizando en pos de ideales puramente económicos, hedonistas, lúdicos…: llenos de vacío, y resulta penoso descubrir que no falten quienes se alegren por todo ello. Por lo que me permito acudir a un viejo chiste:
Aquí el vuelo 917 a torre de control: Tuvimos fallas en un motor y calculamos que podremos llegar en cuarenta minutos al aeropuerto… Torre de control a vuelo 917: Enterados. Estaremos al pendiente. Mantenga la comunicación abierta… Vuelo 917 a torre de control: Un segundo motor está perdiendo potencia, casi no funciona. Calculamos llegar en treinta y cinco minutos… Torre de control a vuelo 917: Enterados. No pierdan la calma. Estaremos preparados para ayudarlos en alguna emergencia… Vuelo 917 a torre de control: Estamos perdiendo altura. El segundo motor se apagó estamos teniendo fallas en el tercero. Calculamos llegar en quince minutos… Torre de control a vuelo 917: Los servicios de auxilio están preparados. Procuren no perder la calma estamos muy pendientes para ayudarlos… Vuelo 917 a torre de control: El cuarto motor comenzó a perder potencia. Nos falta muy poco para llegar al aeropuerto… Torre de control a vuelo 917: No se preocupen. Todo está bajo control. Les daremos instrucciones para utilizar la pista principal; ya despejamos el tráfico aéreo para darles prioridad a ustedes… Vuelo 917 a torre de control: Estamos a la vista del aeropuerto. Los cuatro motores están apagados y no responden los controles. ¿Qué hacemos…? Torre de control a vuelo 917: Suelten toda la gasolina y pónganse a rezar… Vuelo 917 a torre de control: Pues pónganse a rezar ustedes también porque vamos derechiiiitos a la torre de control.
No cabe duda de que en ocasiones no nos damos cuenta de que los problemas de los demás, tarde o temprano, nos van a afectar a nosotros, pues no somos piezas aisladas. Ahora que se hace tanta referencia al Mundo como una aldea global, no debemos perder de vista el papel que la Iglesia juega en la vida de millones de personas, y cómo ésta está llamada a cumplir una misión espiritual y sobrenatural insustituible. No hay recursos culturales ni económicos en ninguna institución o instancia humana que puedan suplantar una encomienda dada por Jesucristo a la Iglesia que Él fundó y que -con todos los posibles fallos humanos- ha demostrado su eficacia en el soporte cultural, social y espiritual de muchos pueblos a lo largo de veinte siglos.
No perdamos de vista que no somos los hombres quienes habremos de salvar a la Iglesia, sino al revés; pero para ello debemos replantearnos lo que estamos haciendo por la familia y en concreto por los hijos para que puedan recuperar la capacidad de entregarse a vivir y a morir por ideales nobles.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 21 de enero de 2024 No. 1489