Por Jaime Septién

Por estas fechas se da a conocer lo que se llama “el Reloj del Juicio Final”, un reloj atómico fundado tras las explosiones nucleares de Hiroshima y Nagasaki, en el que se marca metafóricamente el tiempo que falta para que los humanos destruyamos la Tierra y todo lo que en ella se encuentra.

No es cosa de mentes catastrofistas. Los que manipulan el reloj atómico son científicos calificados. El instituto que los aglutina nació con mentes tan brillantes como la de Albert Einstein. Son todo menos improvisados.

Tres son los parámetros que han ido acercando el reloj a la media noche, es decir, al momento del fin: el armamento nuclear, las guerras y el cambio climático. Todo lo medible de estas catástrofes humanas.

Y este 2024, no obstante, los acuerdos de la Cumbre del Clima recientemente celebrada en Dubai, la guerra de Israel en la franja de Gaza y su extensión a otros países de Medio Oriente, presagian que las manecillas se moverán a 25 segundos de la noche total.

¿Qué podemos hacer nosotros cuando son las grandes potencias las principales promotoras del cambio climático, el armamentismo nuclear y las guerras? Desde luego, poco influimos en el plano global, pero: ¿y en el plano local?

Han pasado ya ocho años y medio desde que el papa Francisco escribió la Carta Encíclica Laudato Si’. Un movimiento católico mundial se ha adherido a ella. Con la consigna de actuar localmente. Más allá de protestar por (o asumir que) el reloj del Juicio Final avanza, se trata de llevar a cabo actos por el bien de la Creación, es decir, por el bien de todos.

Cada uno puede ser una persona-Laudato Si’. Y con ello, propiciar la paz, la armonía y el cuidado de la Casa Común. Las micro-utopías son el presente. No dependen de partidos ni de sindicatos, de gobiernos o de corporaciones. Dependen de ti y de mí.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 14 de enero de 2024 No. 1488

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