Por José Ignacio Alemany Grau, obispo

Reflexión homilética del 29 de enero de 2024

Se habla mucho de homilías vacías y aburridas. Hay una clave para proclamar con atractivo y eficacia. Nos lo enseña Jesús en este DOMINGO III del tiempo ordinario: «El que habla, hable Palabra de Dios» (1P 4,11).

Deuteronomio

El pueblo, asustado, no quiere oír a Dios. Moisés se queja al Señor y Él da la razón al pueblo.

Le dará profetas que hablen en nombre de Él. El texto bíblico nos da tres clases de profetas:

+ Los verdaderos, que hablan de parte de Dios.

+ Los falsos, cuyas profecías no se cumplen: «El profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no he mandado o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá» (recuerda que la Biblia habla con frecuencia de falsos profetas).

+ Y el gran profeta que, según la tradición patrística, será Jesucristo:

«Suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas».

Salmo 94

Invita a escuchar a Dios, cuya voz salva.

Que nuestro corazón no se endurezca al escucharle. Este salmo lo reza frecuentemente la liturgia para que aceptemos la Palabra de Dios que nos lleva a su reconocimiento y adoración:

«Venid, aclamemos al Señor; demos vítores a la roca que nos salva. Entrad a su presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos… Entrad, postrémonos por tierra bendiciendo al Señor, creador nuestro porque Él es nuestro Dios».

San Pablo

El apóstol nos presenta dos posibilidades de estado de vida:

El de personas casadas que deben atender a su cónyuge y a los asuntos del mundo y al estado de quienes viven sin casarse y pueden dedicar su vida a los asuntos de Dios:

«El soltero se preocupa de los asuntos del Señor buscando contentar al Señor».

San Pablo no menosprecia el matrimonio, sino que aclara las posibilidades del que está libre para servir a tiempo completo en el apostolado.

Verso aleluyático

Se presenta la luz que significa Jesús mismo, que dijo de sí: «Yo soy la luz del mundo».

La llegada de Jesús a la tierra, que vivía envuelta en las tinieblas del pecado, se convierte en una esperanza para todos. Algo así como cuando en una noche oscura de repente sale el sol y todo se aclara:

«El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande.

A los que habitaban en tierra y sombras de muerte una luz les brilló».

Evangelio

San Marcos nos presenta a Jesús que fue a Cafarnaúm y entró en la sinagoga para enseñar. El pueblo se «quedó asombrado de su doctrina porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad».

En la sinagoga había un endemoniado. El espíritu inmundo gritó: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno?… Sé quién eres: el Santo de Dios».

Pero Jesús no entabló comunicación con el demonio, como hicieron Adán y Eva en el paraíso, sino que inmediatamente lo increpó: «¡Cállate y sal de él!».

El diablo obedeció y la gente asombrada decía:

«¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo».

el evangelista termina diciéndonos que la fama de Jesús se extendió por toda Galilea.

No olvidemos que nosotros, bautizados, somos continuadores de las enseñanzas del Maestro e hijos de la luz. La fuerza de nuestra evangelización proviene del Espíritu Santo que nos mueve a repetir, con fidelidad, las palabras de Dios en la Escritura.

 

Imagen de Fernando Pérez Lara en Cathopic


 

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