Por P. Fernando Pascual
Puedo pensar desde afirmaciones que veo como “seguras” y que no dejan espacio a alternativas. O puedo pensar con una mente abierta a diversas opciones.
Por ejemplo, al escuchar la noticia de la muerte repentina, en la calle, de una persona joven, puedo pensar que habrá sido un infarto. O puedo pensar en otras posibles causas de muerte: un ictus, una medicina mal tomada, un resbalón desafortunado…
Desde luego, hay alternativas que se desvelan rápidamente como falsas: en el caso de la muerte del joven, no tiene sentido pensar en un posible atropello cuando las cámaras de seguridad recogen claramente cómo se caía mientras caminaba por una calle solitaria.
Pero otras alternativas mantienen su “atractivo” porque nos estimulan a reflexionar sobre el asunto y a buscar con más atención cuáles puedan ser las causas y los factores de esa muerte.
Lo que vale para un ejemplo bastante sencillo se aplica a temas más complejos, como la sequía reciente, o la crisis de algunos bancos, o el cierre de una empresa, o los resultados de unas elecciones.
Ante ciertos temas resulta necesario mantener la mente abierta a diversas alternativas, y no contentarnos con la primera explicación que nos ofrezcan los medios informativos o que surja de modo espontáneo en nuestra mente.
Poco a poco, algunas alternativas se harán inverosímiles y nos obligarán a prestar la atención sobre aquellas que tienen a su favor más elementos de credibilidad.
Sobre ellas habrá que seguir en estudio, con un deseo sencillo de acercarnos un poco hacia la verdad, o al menos de alejarnos de interpretaciones distorsionadas e insuficientes.
Quizá algún día sea posible llegar a la certeza casi completa de que una de las alternativas se impone sobre las demás. Si eso ocurre, tendremos la satisfacción de no haber pronunciado juicios prematuros sobre un tema cuando todavía no estaba claro, y veremos las ventajas de pensar desde alternativas en el esfuerzo continuo por conocer un poco mejor el mundo en el que vivimos.