Por Rebeca Reynaud
Amarás al Señor tu Dios y a tu prójimo como a ti mismo (cfr. Lc 10, 25-37), es el lema del Octavario para la Unidad de los Cristianos de 2024.
La unidad es don del Espíritu Santo. La división es don del diablo. El Octavario es una oración de la Iglesia entera que intensifica su oración para que llegue a cumplirse el querer de Dios: “Un solo rebaño y un solo pastor” (Juan 10,16). Este tiempo nos sirve para considerar el valor de la unidad en otros aspectos también, conscientes de que la unidad es síntoma de vida en las familias y en las comunidades.
Tradicionalmente, la semana de oración por la unidad de los cristianos se celebra del 18 al 25 de enero. En ella, de forma solemne y conjunta, nos reunimos en el nombre de Jesucristo para pedir que las divisiones sean superadas y la unidad se convierta en una realidad plena y visible. Es decir, durante esta semana, los cristianos católicos, ortodoxos y protestantes de todas las denominaciones están invitados a rezar juntos por su unidad.
Son unos días de súplica a la Santísima Trinidad pidiendo el pleno cumplimiento de las palabras del Señor en la Última Cena: “Padre Santo, guarda en tu nombre a aquellos que me has dado, para que sean uno como nosotros” (Juan 17,11). La oración de Cristo alcanza también a quienes nunca se han contado entre sus seguidores. Dice Jesús: Tengo otras ovejas que no son de este redil, a ésas también es necesario que las traiga, y oirán mi voz y formarán un solo rebaño con un solo pastor (Juan 10, 16).
¿Con qué Papa se inició el Octavario?
La práctica de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos fue introducida en 1908 por el padre Paul Wattson, fundador de una comunidad religiosa anglicana que luego entró en la Iglesia católica. La iniciativa recibió la bendición del Papa san Pío X y fue luego promovida por el Papa Benedicto XV. Este Papa dijo: “La Iglesia no es latina, ni griega, ni eslava, sino católica: no hay diferencia entre sus hijos”.
Benedicto XVI ha pedido a cada cristiano que se responsabilice por la unidad de los cristianos. Esa unidad empieza por la unidad en mi casa y con mis hermanos. Por nosotros mismos no somos capaces sino de sembrar la discordia y la desunión. Dios nos sostiene para que sepamos ser instrumentos de unidad, personas que saben disculpar y reaccionar sobrenaturalmente.
Nuestro Señor funda su Iglesia sobre la debilidad –pero también sobre la fidelidad- de unos hombres, los Apóstoles, a los que promete la asistencia constante del Espíritu Santo.
En 2008 el Papa Benedicto XVI dijo que la misión de la Iglesia en estos momentos pasa por el avance en el camino ecuménico. El pontífice exhortó: «¡No tenemos que cansarnos nunca de rezar por la unidad de los cristianos!» … «Cuando Jesús, durante la Última Cena, rezó para que todos «sean uno», tenía un fin preciso: «para que el mundo crea»», explicó recordando el pasaje evangélico de Juan 17, 21.
«La misión evangelizadora de la Iglesia pasa por tanto por el camino ecuménico, el camino de la unidad de fe, del testimonio evangélico y de la auténtica fraternidad», aseguró el obispo de Roma».
Benedicto XVI, en la audiencia del 18 de enero de 2012 dijo: El mismo Señor Jesús oró durante la Última Cena, antes de su pasión: “Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros, de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado”. En otro momento este Papa dijo que la unión de los cristianos era obra del Espíritu del Santo, y no se sabe cuándo nos dará ese don.
En el Octavario por la Unión de los Cristianos pedimos por nuestros hermanos separados; hemos de buscar lo que nos une, pero no podemos ceder en cuestiones de fe y moral. Junto a la unidad inquebrantable en lo esencial, la Iglesia promueve la legítima variedad en todo lo que Dios ha dejado a la libre iniciativa de los hombres. Por eso, fomentar la unidad supone al mismo tiempo respetar la multiplicidad, que es también demostración de la riqueza de la Iglesia.
En estos días pedimos al Señor que acelere los tiempos de la ansiada unión de todos los cristianos. ¿La unión de los cristianos?, se preguntaba San Josemaría Escrivá. Y respondía: sí. Más aún: la unión de todos los que creen en Dios. Pero sólo existe una Iglesia verdadera. No hay que reconstruirla con trozos dispersos por todo el mundo (Homilía, Lealtad a la Iglesia).
Desde hace siglos la Iglesia está extendida por los cinco continentes; pero la catolicidad de la Iglesia no depende de la extensión geográfica, aunque esto sea un signo visible. La Iglesia era Católica ya en Pentecostés; nace Católica del Corazón llagado de Jesús. Ahora, como entonces, extender la Iglesia a nuevos ambientes y a nuevas personas requiere fidelidad a la fe, y obediencia rendida al Magisterio de la Iglesia.
El Octavario concluye conmemorando la conversión de San Pablo. El martirio de San Esteban, dice San Agustín, fue la semilla que logró la conversión del Apóstol. Dice textualmente: “Si Esteban no hubiera orado a Dios la Iglesia no tendría a Pablo” (cfr. S. Agustín, Serm, 315,7).
En su encíclica Ut unum sint, de San Juan Pablo II, el Papa dice que Cristo llama a todos sus discípulos a la unidad. A nadie escapa el desafío que eso supone. Un insuficiente conocimiento recíproco agrava esa situación. Entonces ay que ponerse a la escucha del Espíritu del Señor, que enseña a leer atentamente los “signos de los tiempos”. En un largo escrito Benedicto XVI concluye que la unidad es obra del Espíritu Santo.
Actuar por amor es la única razón verdadera para actuar, y esto nos lleva a la alegría. San Agustín decía: “Mi amor es mi peso”. El amor a Dios y a los demás son mi peso, entonces lo llevo a todas partes.
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