En sus mensajes la Virgen María pide esas tres cosas en Fátima y en las manifestaciones más actuales. 

Por Rebeca Reynaud

Conversión 

Las primeras palabras del Señor en su vida pública fueron: Convertíos y creed en el Evangelio. Es el anuncio de la Iglesia desde su comienzo. Dios sale al encuentro del hombre y se abaja. La conversión responde a la alianza en la concepción judeocristiana. La conversión cristiana ¿qué añade? Que esa alianza pasa a ser nueva. El que convierte es Dios. No es una cuestión para elegidos, es para todos. La imitación de Jesús es para todos los hombres. Se trata de aprender a amar a Dios. Hay que tratar de ver la propia vida con los ojos de Dios. Empecemos por aceptar la propia indigencia, como nos dice el Apocalipsis al inicio del libro.

No se puede caminar sin fe, es el fundamento. Y si se camina con fe flaca, se camina cojeando, ¡pero se camina! La fe trata de las cosas que no están presentes. La fe es de lo que no se ve, pero estamos convencidos de ello. “Soñad y os quedaréis cortos”, decía San Josemaría Escrivá, eso es fe. Luego el Señor llega antes, más y mejor. El único problema es la falta de fe, sin embargo, podemos pedirla al Señor. Hay que hacernos amigos de Santo Tomás Apóstol, por él el Señor dijo: Bienaventurados los que sin haber visto creen. El Señor sabe perfectamente lo que me pasa. Sabía lo que le pasaba a Tomás. Por eso le dice: “Toma tu dedo y mételo en mi llaga…”.

Muchas conversiones vienen precedidas por una crisis. Hay que ponernos delante las vidas de santos como la vida de los Apóstoles y las Confesiones de San Agustín.

“La conversión es cosa de un instante. —La santificación es obra de toda la vida”, escribe San Josemaría Escrivá (Camino, n. 285).

Penitencia 

Alguien dijo que bastaría que nos tomáramos en serio una frase de Jesús para que nuestra vida se orientara por caminos de salvación. Ojalá nos tomemos no sólo una, sino muchas frases. Una de ellas es la de hacer penitencia. De ella habló Jesús y San Juan Bautista. Desde el punto de vista etimológico significa dolerse, tener pena, sufrir, negarse, entregarse.

Tenemos siete fuentes de pecado que son los siete pecados capitales. Dios siempre está abierto al perdón y nos invita a la contrición. Si los hombres no reconocemos que el mal está en nosotros, le echaremos la culpa a los demás.

Jesucristo pide a sus discípulos obras dignas de penitencia, es decir, el sacrificio, la renuncia, la mortificación. El Señor decía que cada día había que tomar la Cruz, que morir como el grano de trigo. El cristiano debe buscar la penitencia con alegría. Hay muchos ámbitos en que negarse. Cuanto más me niego, más feliz soy. Mientras más busco mi placer, más vacío me siento. Se trata de hacer pequeñas mortificaciones en lo que Dios me pide: sonreír, servir, vencer la pereza, no perder el tiempo, hacer mi trabajo, sentarme erguido, hacer amable la vida a los demás, etc.

El Papa Francisco dijo a los presos en Filadelfia: Todos sabemos que vivir es caminar. Y por la fe sabemos que Jesús nos busca, quiere sanar nuestras heridas, lavar nuestros pies de las llagas de un andar cargado de soledad, limpiarnos del polvo que se fue impregnando por los caminos… Jesús no nos pregunta por dónde anduvimos, no nos interroga qué estuvimos haciendo. Por el contrario, nos dice: “Si no te lavo los pies no podrás ser de los míos” (Juan 13,9).

La penitencia hecha sacramento es la Confesión, donde Jesús nos limpia, nos perdona si hay arrepentimiento.

Oración 

Es hablar con Dios y escucharle haciendo silencio interior. Esta es la oración mental. A una santa de los tiempos modernos Dios le reveló: Aun cuando Yo os amo a todos y en todo momento, considero con un amor particular a aquellos entre mis hijos que están sufriendo. Los miro con una mirada mucho más tierna y afectuosa que la de una madre. Te lo digo y repito yo, que hice el corazón de las madres. Contadme cuál es vuestra pena, pequeños míos que estáis ya en mi corazón… (Gabriela Bossis, Él y yo, 1, 287).

Luego está la oración vocal que consiste en rezar una oración ya hecha como el Padrenuestro, el Avemaría o el Rosario, pero se han de rezar con el corazón.

 
Imagen de Emerson Mello en Pixabay


 

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