Por Rebeca Reynaud

El presente se llama presente porque es un “regalo”, y es lo que tenemos todos: el tiempo presente. 

¿Cómo es posible establecer una relación entre el hombre y el Maestro del Universo? Es el hombre quien debe dar el primer paso. Para que exista una conexión entre el hombre y Dios, primero tiene que haber una abertura, un pasaje, aunque éste sea tan pequeño como el ojo de una aguja, luego el Maestro entrará, por así decirlo, y ensanchará el pasaje. (cfr. Chaim Potok, Mi nombre es Asher Lev, p. 101).

Benedicto XVI dijo: “Sin oración el yo humano termina por encerrarse en sí mismo, y la conciencia, que tendría que ser eco de la voz de Dios, corre el riesgo de reducirse al espejo del yo”. Y añadió: este encerrarse en sí mismo, lleva a un «coloquio interior que se convierte en un monólogo, dando lugar a miles de auto-justificaciones«. Luego de explicar que la oración «es la primera y principal ‘arma’ para afrontar victoriosamente la lucha contra el espíritu del mal», el Santo Padre subrayó que «la oración, por tanto, es garantía de apertura a los demás: quien se hace libre para Dios y sus exigencias, se abre al otro, al hermano que llama a la puerta de su corazón y pide ser escuchado, atención, perdón, a veces corrección, pero siempre en la caridad fraterna». «La verdadera oración nunca es egocéntrica, sino que siempre está centrada en el otro. Es el motor del mundo, porque lo mantiene abierto a Dios y por ello, sin oración no hay esperanza, sólo existe ilusión». «No es la presencia de Dios lo que aliena al hombre, sino su ausencia. Sin el verdadero Dios, Padre del Señor Jesucristo, las esperanzas se convierten en ilusiones que inducen a evadirse de la realidad», precisó el Pontífice (Miércoles de Ceniza, 2008).

Le preguntan a María Simma, -campesina alemana recién fallecida- experta en el purgatorio:

—Si yo no rezo nunca y hoy deseo hacerlo, ¿qué me aconsejaría?

Contesta:

—Apague la televisión, desconecte el teléfono, vaya a su habitación y cierre la puerta. Busque una fotografía de Jesús o un Crucifijo y predisponga su atención en esa dirección. Durante este tiempo de oración, entréguele su corazón a Él y solamente a Él. Podría empezar con 15 minutos de oración y luego aumentar hasta llegar a una hora. Si es constante durante un mes, se sorprenderá de la paz y el gozo que tendrá. Posteriormente se sentirá en la necesidad de cambiar radicalmente su vida (cfr. ¡¡Ayúdenos a salir de aquí!!, p. 52).

Toda persona tiene, misteriosamente, el deseo de llegar a la intimidad con Dios; y esto es posible para todo el mundo; basta un poco de esfuerzo y darle tiempo a Dios. Cada persona tiene su manera propia de orar, sin embargo, en la oración no cuenta tanto lo que hacemos sino lo que Dios hace. No podemos ponernos delante del sol sin broncearnos, ni ponernos delante del fuego sin calentarnos. Nos puede parecer desastrosa nuestra oración y Dios, durante ese tiempo, en secreto, realiza obras en nuestra alma. Todos los frutos que hay de la oración no son consecuencia de nuestros pensamientos, tienen su fuente en Dios. ¡Solo en el Cielo conoceremos los resultados de nuestra oración!

Dice el profeta Jeremías refiriéndose a Dios: “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces” (Jeremías 33:3). 

Lo primero es fijar unos minutos diarios dedicados en exclusiva al Señor; a Él le gusta que le dediquemos tiempo. Luego hay que partir de que somos amados por Dios, y dejarnos amar como somos. ¿Temas para hablar con Dios? Hay que hablar de Él, de ti, penas y alegrías, planes y preocupaciones. Cuando decimos: “Señor, te amo”, ya lo dijimos todo.

Los ruidos interiores son muy incómodos y estorbosos. De los ruidos exteriores nos podemos abstraer; de los interiores es casi imposible abstraernos. ¡Cuánto ruido mete la ira! Hasta cegar la mente y cancelar el diálogo divino, nulificando la brisa del Espíritu Santo.

El hombre está hecho para hacer oración, para la alianza. Dios espera esa confidencia nuestra. Si no vamos al paso de Dios es por falta de oración. La realidad es como la vemos en la oración. Hay que ser decididamente sobrenaturales. Vamos a apostarle a la oración. La dignidad de nuestra vocación se nos descubre en la oración.

Juan Arintero llegó a decir que el mejor método para hacer oración es no tener ninguno. Señalaba que el guía por antonomasia era el Espíritu Santo cuyas inspiraciones no pueden ser sometidas a la estructura de un método. A su juicio, el peligro está en tener miedo al Espíritu que sopla donde quiere y, a veces, en direcciones que pueden parecer humanamente desconcertantes (Renace la mística, p. 150 y ss). Arintero repite a menudo que los miembros más activos de la Iglesia son los contemplativos.

México tiene el 1er lugar de adoradores nocturnos. Cuenta con 4 millones. La súplica a Dios agranda el corazón y nos dispone a recibir más gracias. El activismo desmedido impide la vida intensa dentro de nosotros. Si se me mueve el piso por algo es que me he alejado de Dios. Si hay deseos de agradar a Dios, habrá oración, pero mientras no digamos “hágase tu Voluntad”, no hacemos oración.

¿Por qué debo de alzar mi mente a Dios? Porque si no rezo, no se disciernen los espíritus, no entiendo a las almas, ni sé lo que quiere Dios de mí. Si rezo sé lo que es mejor para mí. Hemos de rezar para que se nos ocurran cosas, para tener iniciativas en nuestra vida interior. Dice Benedicto XVI, que el Espíritu Santo nos puede hacer ingeniosos en la caridad (cfr. Mensaje XXII Jornada Mundial de la Juventud, 2007). Juan Pablo II decía que si no hay ideas hay poca oración.

Santa Teresita del Niño Jesús se dormía en la oración, pero no se entristecía: “Yo creo –escribe- que los niños pequeños gustan lo mismo a sus padres cuando duermen que cuando están despiertos” (Manuscrito A). San Francisco de Sales rezaba así: “Señor, no soy más que leña: ¡préndele fuego!”. Gabriela Bossis le decía: “No encuentro en mí nada digno de ofrecerte”. El Señor le contestó: “Te he dicho ya que soy un coleccionista de miserias”. Y en otro momento le dice que pida prestados los esplendores de la vestidura de Santa María y de Cristo, y adquirir el hábito de adornarte con ellos cada día.

San Josemaría Escrivá dice en Surco: “Te falta vida interior: porque no llevas a la oración las preocupaciones de los tuyos (…); porque no te esfuerzas en ver claro, en sacar propósitos concretos y en cumplirlos; porque no tienes visión sobrenatural en el estudio, en el trabajo, en las conversaciones, en tu trato con los demás…” (n. 447).

Jesús confío en ti

Si hacemos oración, Jesús nos podría decir: Evita las preocupaciones que te afligen y los pensamientos negativos sobre lo que puede suceder más adelante. No estropees mis planes queriendo imponerme tus ideas. Déjame ser Dios y actuar como sé hacerlo. Abandónate en mi y deja en mis manos tu futuro. Dime frecuentemente Jesús confío en ti. Lo que más daño te hace es tu razonamiento, tus propias ideas y el querer resolver las cosas a tu manera. Cuando me dices “Jesús yo confío en ti”, no seas como el paciente que le pide al médico que lo cure pero le sugiere el modo de hacerlo. Déjate llevar en mis brazos. No tengas, miedo, Yo te amo.

Si crees que las cosas empeoran o se complican a pesar de tu oración, sigue confiando. Cierra los ojos del alma y confía. Continúa diciéndome a toda hora: Jesús, yo confío en ti. Necesito las manos libres para obrar. No me las ates con tus preocupaciones inútiles. Satanás quiere eso: agitarte, angustiarte, quitarte la paz. Confía en mí, abandónate en mí. Yo obro en proporción del abandono y la confianza que tienen en mí. Deposita en mí tus angustias, tus problemas y dificultades y duerme tranquilo. Dime siempre: Jesús confío en ti, y verás cómo se va llenando tu alma de paz, de tranquilidad, de amor y de sosiego. Te lo prometo y te lo cumplo porque te amo. Tu amigo que nunca falla. Jesús (palabras no textuales sacadas del diario de Faustina K).

Jesús nos podría decir: “Tú, ¿sabes lo que eres para mí? Fuiste mi razón de ser y de vivir sobre esta tierra. ¿Piensas en mí? Por ti sufrí sufrimientos inimaginables, atroces, ¿meditas mi Pasión? O sólo piensas en ti y en tus conquistas”. Nosotros podemos decirle una oración como ésta: “Padre lleno de amor, que nos concedes siempre más de lo que merecemos y deseamos, perdona misericordiosamente nuestras ofensas y otórganos aquellas gracias que no hemos sabido pedirte y tú sabes que necesitamos” (Oración colecta del Domingo XXVII de la semana del tiempo ordinario).

 

Imagen de Vanesa Guerrero, rpm en Cathopic


 

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