Por P. Justo López Melús
ALIVIO DE CAMINANTES
Una vez un joven estaba buscando al Señor pues quería ser su amigo. El Señor estaba en un bosque preparando con un hacha cruces para que sus amigos le siguiéramos. El joven encontró al Señor y cargó con una cruz. Era grande, pesada y tenía unos nudos que le herían en la espalda.
Un diablejo se le cruzó y le ofreció un hacha. Fue cortando trozos a la cruz para calentarse por la noche. Cortó los nudos y ya no le dañaba. Y así, lisa y pequeña, resultaba bonita, casi podría colgársela al cuello como adorno.
Pero al llegar al Reino, vio que la puerta estaba en lo alto de la muralla.
–Apoya la cruz en la muralla y trepa por los nudos –le dijo el Señor.
Pero la había recortado y pulido tanto, que no podía subir.
–Vuelve sobre tus pasos –le insistió el Señor –y si ves alguno agobiado, ayúdale y así podrán subir juntos los dos con la cruz de tu amigo.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 11 de febrero de 2024 No. 1492