Por José Ignacio Alemany Grau, obispo

Reflexión homilética 10 de marzo de 2024

En este domingo IV de cuaresma las lecturas nos hablan de cómo la misericordia de Dios se manifiesta en la generosa entrega del Verbo encarnado para nuestra salvación.

Pero tengamos en cuenta que siempre Dios respeta la libertad humana y de nosotros dependerá aprovechar el tesoro que Dios nos ofrece.

Segundo libro de las Crónicas

Nos ofrece un breve resumen de las maldades de los jefes y del pueblo de Israel.

La misericordia de Dios va enviando mensajeros para advertirles el posible castigo, pero ellos se burlan de esos mensajeros de Dios.

Dios envía a los caldeos que destruyen e incendian todo en Jerusalén, incluido el templo de Dios y se llevan al pueblo deportado y cautivo, como esclavos, a Babilonia.

Dios misericordioso hace que se cumpla, de manera inesperada, la profecía de Jeremías y el rey Ciro da este decreto:

«El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo ¡sea su Dios con él y suba!»

De esta manera Israel recupera la libertad y vuelve a Jerusalén para reconstruir el templo.

Como no todos vuelven, al grupo que regresa a Israel se le llama «el resto» que ha sido purificado durante los setenta años del destierro.

Admirable e inesperada providencia del Dios bueno.

Salmo 136

Los judíos lloran su destierro en Babilonia:

«Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sion. En los sauces de sus orillas colgábamos nuestras cítaras», pero estaban muy tristes para cantar en el destierro:

«¿Cómo cantar el cántico del Señor en tierra extraña?»

San Pablo

Dios, solo por su misericordia infinita, nos ha salvado y nos ha hecho vivir por medio de Cristo:

«Estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios y tampoco se debe a las obras para que nadie pueda presumir.

Somos obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús para que nos dediquemos a las obras buenas».

Tengamos en cuenta que estamos salvados «por la gracia y mediante la fe».

Verso de aclamación

«Todo el que cree en Él tiene vida eterna».

Solo en Jesús tenemos la vida después de la vida y todo porque Dios nos ha amado tanto «que entregó a su Hijo único».

Evangelio

Cuando Moisés elevó la serpiente para librar de la muerte a los mordidos por las serpientes; es decir, para devolver la vida humana, vemos en ello, como en profecía, la muerte de Jesús en la cruz, para devolvernos la vida divina.

¿Quién podrá medir el amor de Dios y cuál es el motivo de ese amor?

Solo Dios que nos creó pudo arriesgar tanto: ¡enviar a su Hijo!

Creer en Cristo asegura la eternidad con Dios.

Cada uno escoge: o con Cristo y en Él la salvación, o sin Cristo y… «el que no cree ya está juzgado porque no ha creído en el nombre único del Hijo de Dios».

El juicio es muy simple: Dios envió a su Hijo. Él es la luz.

Los que obran mal detestan la luz y se quedan sin ella, en tinieblas.

Amigos, Dios no puede hacer más. Nos dio la luz, la salvación, el cielo; es decir, a su Hijo.

Al hombre le queda siempre la libertad para escoger la luz o la oscuridad, el cielo o el castigo eterno.

 
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay


 

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