Por Mary Velázquez Dorantes

Durante los últimos años en México los ataques a los sacerdotes y religiosos se han vuelto un gran problema, incluso, se ha nombrado el país más inseguro de Latinoamérica para ejercer el sacerdocio; esta persecución está ligada a la ola de violencia causada por los grupos criminales vinculados al narcotráfico.

El padre Jose Filiberto Velázquez, mejor conocido como “el padre Fili” ha vivido en carne propia el contexto, y ha sido testigo del desplazamiento forzado de las víctimas, la ejecución extrajudicial y graves hechos que violentan los derechos humanos en México. En octubre de 2023, hombres armados atacaron a balazos el automóvil en el que circulaba en la carretera a Tixtla, Chilpancingo.

“El padre Fili” dirige el Centro de Derechos Humanos Minerva Bello en la capital de Guerrero. Se ha vuelto protagónico y mediador debido al valor para denunciar los ataques armados en la sierra de Tlacotepc; se considera un observador de otros sacerdotes en México que han luchado hasta el cansancio para defender la vida, la fe y los derechos de los mexicanos. Trabaja de manera conjunta con el servicio de apoyo legal a los estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, que se encuentra muy cerca de Minerva Bello.

Este sacerdote comparte su testimonio en la Noche de los Testigos desde una trinchera peligrosa: la de defender los derechos de las víctimas de la violencia en un estado como Guerrero, donde el crimen organizado ha tomado las calles. Él mismo ha enfrentado los ataques y amenazas debido a que denuncia públicamente las injusticias cometidas en la región. Las víctimas del crimen organizado representan para él un gran compromiso, así como los efectos colaterales que se producen por la ola de violencia, tales como el desplazamiento forzado, los ataques de drones armados, las desapariciones y los asesinatos cometidos.

Las declaraciones que ha hecho “el padre Fili” incomodan a varios sectores, porque señalar a los culpables de la violencia no es una tarea fácil. Los grupos delictivos como Los Tlacos, Los Ardillos y la Familia Michoacana, han sido señalados directamente por este sacerdote.

Un miércoles, durante la madrugada, fue atacado mientras regresaba a su hogar desde la Escuela Normal Isidro Brugos en Ayotzinapa: escuchó un disparo, escuchó cómo una llanta del auto sé ponchaba, y minutos más tarde es interceptado por dos personas en motocicleta. El copiloto le apuntó directamente con un arma y el segundo disparo estrelló el parabrisas. No tuvo lesiones, pero busco un resguardo pensando que volverían detrás de él.

Para este sacerdote ningún religioso está exento de enfrentar al narcotráfico, todo puede suceder en cualquier momento. El asedio no es solo a los pobladores, sino a los sacerdotes. El miedo que experimenta es un miedo humano. Las amenazas son reales, pero es necesario trabajar para detener la violencia que se vive en Guerrero. Su testimonio y su labor al frente de Minerva Bello le ha dado el nombre de Mártir en México, pero él mismo no se considera así, sino que pide a Dios tenga fuerzas para continuar con el mandato: su vocación al servicio y asistencia de los más vulnerables en Guerrero.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 17 de marzo de 2024 No. 1497

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