El padre Filiberto Velázquez y obispos de la zona fueron los agentes esenciales para devolver la serenidad a miles de familias azotadas por la violencia de las bandas criminales.

Por Vatican News

En medio de la ola de violencia en el estado de Guerrero, en México, la Iglesia católica ha realizado un significativo aporte a la promoción de la paz y, facilitando el diálogo, ha logrado pactar una tregua entre dos cárteles de la droga. En estos esfuerzos han intervenido los obispos de la zona y el padre Filiberto Velázquez, director del Centro de Derechos Humanos “Minerva Bello”.

“El propósito es alcanzar la reconciliación”, explica el sacerdote, quien ha caminado junto a familiares de desaparecidos y ha solicitado permiso a los grupos criminales para buscar en sus territorios, inclusive para liberar a las personas privadas de libertad. También comenta que ha mediado entre líderes.

“Lo que nos mueve al final es una fe que viene de Jesús”, asegura el presbítero, a quien le gusta remontarse a los Evangelios y ver la fe que Nuestro Señor tenía en los momentos de abandono, dolor y desesperación como en el Huerto de los Olivos. Esto le genera tranquilidad en las situaciones de angustia y aclara que no es una fe acotada a una experiencia personal.

Esta confianza en Dios “ha trascendido en la historia de la Iglesia, también ha pasado por otros sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos que han sufrido las consecuencias de ser profetas en sus diversas realidades”. Velázquez se siente inspirado por el testimonio valiente de hombres y mujeres que no se desvanecen en su lucha, sino que siguen adelante con perseverancia.

“La paz es fruto de la justicia”, reflexiona. El sacerdote también reivindica el valor de la defensa de la dignidad humana desde la Doctrina Social de la Iglesia. “Cuando hay memoria, reparación del daño, garantía de no repetición, podemos pensar que hay paz positiva”, añade. No obstante, el presbítero reconoce que la paz también va asociada a la atención emocional y espiritual de las víctimas de las violaciones a los derechos humanos. A su vez, recalca la necesidad de transformar el trabajo humanitario en un “círculo virtuoso”, donde la reconciliación y la paz sean los resultados del denuedo de cada día.

“Hace muy poco, celebramos una misa en un municipio que fue alcanzado positivamente por la tregua que se hizo entre grupos y ello desencadenó tranquilidad en las personas, quienes por más de un año vivieron con temor de que se les cayera encima una bomba”, manifiesta.

Al comentar los principales desafíos en este contexto, Velázquez considera que se debe conseguir una continuidad de los diálogos iniciados, coordinar acciones sin caer en la crispación y conciliar las brechas legales. “A veces, la sociedad o la clase política piensa que la Iglesia desarrolla solamente una pastoral litúrgica, pero no se sabe que hay una pastoral social que hace que nosotro

 


 

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