Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Estamos inmersos en el mundo de los signos y de los símbolos. Cualquier objeto puede tener un sobreañadido simbólico. Por eso desde la antigüedad con Platón, Aristóteles, los estoicos, los medievales, la edad moderna y más en nuestros siglos XX y XXI, cobra especial importancia la Semiótica con Pierce y Sausier o ciencia de los signos. Decía Humberto Eco que ‘para una semiótica general, el discurso filosófico no es ni aconsejable ni urgente, sino sencillamente constitutivo’ para darnos cuenta de la importancia de la comunicación, la cual es eminentemente simbólica.

Así en la liturgia católica los símbolos son expresión sensible de la realidad de los misterios que se celebran cuya alma, eje y fuente es el Misterio Pascual de Cristo.

En la Vigilia Pascual y en toda la Pascua, nos alegramos, porque su cuerpo inmolado y sacrificado cruelmente, no permaneció en el sepulcro, ni experimentó la corrupción: “Buscan a Jesús de Nazaret, el que fue crucificado. No está aquí; ha resucitado” (Mc 16, 17).

Porque él es el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin, no existe ayer sino hoy y por toda la eternidad (cf Heb 13,8), como lo expresamos a través del Cirio Pascual, cuya centralidad hemos de destacar sobre cualquier imagen que empobrece la experiencia simbólica del misterio.

Cristo con su muerte destruyó lo definitivo de nuestra muerte, porque su amor redentor ha sido más fuerte que la muerte.

Nos enseña el Papa Ratzinger que la Resurrección de Cristo “Es un Salto cualitativo en la historia de la ‘evolución’ y de la vida en general hacia una nueva vida futura, hacia un mundo nuevo que, partiendo de Cristo, entra ya continuamente en este mundo nuestro, lo transforma y lo atrae hacia sí’ (15 abril 2006).

Este acontecimiento nos llega a través de la fe y del bautismo; por Cristo resucitado por nuestra adhesión a él y por el bautismo, morimos al hombre viejo de pecado y resucitamos con él a su nueva vida. Se cumple la vivencia radical y existencial de san Pablo que nos comenta en la Carta a los Gálatas (2,20): “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.

Por el bautismo Cristo resucitado asume mi yo en su propio Yo. Hemos nacido a una vida nueva; somos transformados progresivamente en él y por él para vivir una existencia de comunión con él.

Se canta el Pregón Pascual, ´el Exultet’, es decir ‘Exulten por fin los coros de los ángeles (…) como también la tierra’, porque se implican el cielo y la tierra en este acontecimiento sinigual de la Resurrección del Señor.

El Acontecimiento de la Resurrección del Señor, acontecimiento-misterio, se traduce en la Sagrada Liturgia al lenguaje de los símbolos que nos sobrecogen: la luz, el agua y el Aleluya de profundo gozo.

La Resurrección de Cristo es una explosión de luz; él mismo es la Luz como resucitado que viene a este mundo para iluminarlo e iluminar la oscuridad de la noche de la historia de la humanidad.

La Iglesia representa a Cristo Resucitado como Luz, a través del Cirio Pascual: luz que ilumina y da calor, es decir, la verdad unida siempre al amor. La Iglesia antigua entendía el ‘bautismo como iluminación, -fotismos: al bautizado se le introduce en la Luz de Cristo. Somos iluminados por Cristo y hemos de seguir su camino de luz, por eso se nos da el cirio bautismal cuya llama se toma del Cirio Pascual.

El símbolo del agua en la Vigilia Pascual. El agua es elemento de muerte y a la vez de vida; el agua representa por una parte la muerte de Cristo. Por el bautismo participamos de su muerte, pero también de su nueva vida de resucitado. De su Corazón traspasado brota el manantial de la vida, el agua y la sangre (cf Jn 19,34); el agua de la regeneración y la eucaristía, Cristo mismo que se nos autodona para transfórmanos en él, alimento de vida y de vida eterna.

De nuestro corazón de bautizados debe ser en Cristo y por el Espíritu Santo manantial de la vida nueva, de la verdad y del amor.

A estos símbolos anteriores, sumamos el canto solemne del Aleluya; es el cántico nuevo que impregna toda la celebración, pero se expresa singularmente con la alegría del canto. Porque hemos sido rescatados e iluminados por la muerte y resurrección de Cristo Jesús, cantamos el cántico del Cordero: “Grandes y maravillosas son tus obras Señor, Dios todopoderoso, justo y verdaderos tus caminos, ¡oh Rey de las naciones! (Ap. 15, 3).

Ya desde ahora hemos de cantar el cántico de los resucitados con Cristo ¡Aleluya!

El lenguaje de la liturgia, nos introduce en la experiencia del misterio; en la Vigilia Pascual, la luz del Cirio pascual, verdadero símbolo insustituible de Cristo Resucitado; el agua símbolo de la participación de la muerte y resurrección de Cristo; el Aleluya, el canto más expresivo para proclamar el gozo de que ‘en verdad ha resucitado el Señor’,-ontos egertei o Kyrios.

 
Imagen de Sr. M. Jutta en Pixabay


 

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