Por Rebeca Reynaud

Todos los días, en algún lugar del mundo dan las doce –por el movimiento de rotación de la tierra-  y se reza el Angelus sucesivamente. Al rezar esta oración centrada en la encarnación del Verbo, nos sumergimos en la contemplación del misterio de Cristo. Las palabras de esta oración son cruciales, “¡son palabras extremadamente decisivas!, dijo San Juan Pablo II, expresan el núcleo central del acontecimiento más grande que ha tenido lugar en la historia de la humanidad”: En ángel del Señor anunció a María…

El saludo del Ángel dirigido a María, Hija de Sion, es una invitación a aquel gozo mesiánico que en otros tiempos dirigieron los profetas a Jerusalén.

La virgen de Nazaret, en nombre de Israel, es invitada a alegrarse; porque al tomar carne en su seno, el Hijo de Dios viene a la Hija de Sion, pone su morada en medio de ella como rey de la nueva casa de Jacob.

Al anuncio del Ángel corresponde el silencio meditativo de María, silencio que se abre al deseo de una comprensión más amplia. María será como una nueva Arca de la Alianza, porque llevará en su seno al Hijo de Dios.

El fíat de María manifiesta un gozoso deseo de colaborar con lo que Dios quiere de ella. San Bernardo escribe: » El ángel está aguardando la respuesta. Señora, también nosotros esperamos esa palabra tuya de conmiseración (…) Responde ya, oh Virgen; que nos urge (……). Mira que está a la puerta llamando el deseado de todos los pueblos (Ap. 3,20). (San Bernardo de Claraval, De laudibus Virginis Matris, IV 8 (PL. 183, 83-84).

La costumbre de contemplar el anuncio del ángel Gabriel a María de Nazaret (Lc. I, 26-38) influyó en las comunidades cristianas de los primeros siglos en la comprensión del misterio de la encarnación. Dan fe de ello las aportaciones de los Padres, tanto orientales como occidentales.

El origen del Angelus data del tiempo de las Cruzadas, en los siglos XI y XII, cuando los cristianos marchaban a reconquistar Tierra Santa, se encomendaban a la Virgen rezando tres Avemarías por la mañana, al mediodía y al atardecer.

En el siglo XVI se introdujo la costumbre de separar las tres Ave María con tres versículos, tal como se hace ahora en el rezo del Ángelus. Esta fórmula está documentada por primera vez en un catecismo impreso en Venecia en 1560.

El Papa Pío V hizo insertar en 1571 esta misma fórmula en el Oficio de la Virgen, aprobado por él, introduciéndola bajo el título «Ejercicio cotidiano». La fórmula adquiría así un carácter oficial. La oficialidad del Ángelus, si es lícito hablar así, recibe una confirmación definitiva en el Ceremonial editado en 1600 por orden de Clemente VIII.

A finales del siglo XVII en Francia se rezaba en todas las iglesias: «no hay familia cristiana que no rece el Ángelus cuando oye tocar las campanas. Creo que no hay necesidad de exhortar a los cristianos para que lo recen, ya que esta práctica está bien establecida y observada en todas partes». (Bocquillot).

En 1724, Benedicto XIII concedió indulgencia plenaria a los fieles que, al tocar la campana y de rodillas, rezasen el Ángelus, exhortando a pedir al Señor por la paz y la concordia entre los príncipes cristianos y la liberación de las herejías.

Pío XII favoreció la práctica del Ángelus al mediodía, rezándolo él mismo con sus visitantes peregrinos. El mismo Pío XII, al inaugurar la Radio Vaticana el 11 de febrero de 1958, con el rezo del Ángelus a mediodía, volvía a proponer esta oración a los fieles.

Finalmente, el Papa San Juan XXIII, cuando empezó a impartir la bendición apostólica los días de fiesta, decidió colocar antes de la bendición la oración del Ángelus, uso que adoptaron luego sus sucesores, hasta que se hizo una de las citas de oración tradicionales del obispo de Roma con los fieles romanos y peregrinos.

En la exhortación apostólica «Marianis cultus», de Pablo VI (1974 exhorta a «mantener la costumbre de este rezo, donde y cuando sea posible” Entre sus características se señalan: «Su estructura sencilla, su carácter bíblico, su ritmo casi litúrgico que santifica momentos diversos de la jornada, su apertura al misterio pascual, por lo que, mientras conmemoramos la encarnación del Hijo de Dios, pedimos ser conducidos por ‘su pasión y su cruz a la gloria de la Resurrección» (n. 41).

El historiador y catedrático francés Louis Baunard. Baunard narra de Pío IX que contemplando el mar agitado de Gaeta escuchó y meditó las palabras del Cardenal Luigi Lambruschini: “Beatísimo Padre, Usted no podrá curar el mundo sino con la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. Solo esta definición dogmática podrá restablecer el sentido de las verdades cristianas y retraer las inteligencias de las sendas del naturalismo en las que se pierden”.

Durante el tiempo pascual se reza el Regina coeli (Reina del Cielo); es decir, de Pascua a Pentecostés se reza el Regina coeli en vez del Ángelus, para recordar la alegría de la Virgen al ver a Jesús resucitado.

Regina coeli

V. Alégrate, Reina del cielo; aleluya.

R. Porque el que mereciste llevar en tu seno; aleluya.

V. Ha resucitado, según predijo; aleluya.

R. Ruega por nosotros a Dios; aleluya.

V. Gózate y alégrate, Virgen María; aleluya.

R. Porque ha resucitado Dios verdaderamente; aleluya.

Oración: ¡Oh Dios!, que por la resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, te has dignado dar la alegría al mundo, concédenos que por su Madre, la Virgen María, alcancemos el gozo de la vida eterna. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

El Ángelus o el Regina coeli se puede rezar a las 6 de la mañana, a las 12 (mediodía) y en la tarde, a las 6 p.m. La costumbre de rezar en estos tres momentos de la jornada es muy antigua.

“El ser humano que se detiene, y tiene tiempo para Dios, es la respuesta adecuada ante el Dios que tiene tiempo para el ser humano” (Bruno Forte).

 
Imagen de Dorothée QUENNESSON en Pixabay


 

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