Por P. Fernando Pascual

Juzgamos con frecuencia a los demás: al familiar molesto, al vecino ruidoso, al compañero que inventa enfermedades para no trabajar, a los políticos deshonestos…

De vez en cuando necesitaríamos dirigir la mirada a nosotros mismos, para ver si no tenemos acciones en las que fallamos contra Dios y contra el prójimo.

En una de sus homilías sobre el Evangelio según san Mateo, san Juan Crisóstomo propuso precisamente poner en marcha un tribunal interior para juzgarnos a nosotros mismos.

“Pero ¿es que a todo trance quieres juicio? ¡Muy bien! Ahí tienes un tribunal, muy provechoso y sin culpa alguna. Sienta a tu razón como juez en el tribunal de tu conciencia y haz que vayan pasando por delante todos tus pecados”.

¿Cómo emprender este juicio a mí mismo? El santo enseñaba un método muy sencillo:

“Examina los pecados de tu alma y pídele cuenta con todo rigor y dile: ¿Por qué has cometido este y este pecado? Pero si trata de evadirse y se pone a mirar los de los demás, dile tú entonces: No te juzgo sobre lo de los demás, no has entrado aquí para defenderte de eso. ¿Qué te importa a ti que Fulano sea malo?”

Hay que ir a fondo. Así sigue el texto que invita a un buen examen de la propia alma:

“Tú, tú, ¿por qué cometiste este o el otro pecado? Defiéndete y no acuses. Mírate a ti misma y no a los demás. Y a esta angustia la has de someter continuamente”.

San Juan Crisóstomo insistía en la importancia de hacer trabajar a este tribunal cada día, según una hermosa costumbre que conocemos como examen de conciencia. Así lo explicaba nuestro Autor:

“Cada día ha de celebrar sesión este tribunal, y allí has de describir a tu alma el río de fuego, el gusano venenoso y todos los otros suplicios. Y no le consientas ya poner más por excusa al diablo ni le dejes que te replique impudentemente diciendo: él es el que viene a mí y me tiende sus asechanzas y me tienta. Contéstale tú entonces: Si tú no quieres, todo eso es completamente vano”.

El esfuerzo por este examen exige soledad, lo cual implica escoger un momento adecuado y un lugar tranquilo. Por ejemplo, antes de ir a descansar:

“Cuando te levantas de la mesa y te retiras a descansar, entonces has de celebrar el juicio; ése es el tiempo más a propósito. El lugar será tu lecho y tu cámara”.

El juicio ha de bajar a los detalles, incluso a las cosas pequeñas, “pues de este modo estarás más lejos de cometer las grandes. Si esto hicieres diariamente, ¡con cuánta confianza te presentarás ante el otro terrible tribunal!”

Necesito aprender a juzgarme a mí mismo. De este modo, tomaré conciencia de mis defectos, aprenderé a pedir ayuda y misericordia a Dios, y tendré una actitud más comprensiva y cercana ante los defectos de mis hermanos…

(Los textos aquí reproducidos proceden de esta obra: San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de san Mateo, Homilía 42, traducción de Daniel Ruiz Bueno).

 
Imagen de Abbat en Pixabay


 

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