Por Mauricio Sanders

En 2024, cuatro mil millones de personas en setenta países saldrán a votar, es decir, a intercambiar su voto por algo que ofrece un candidato al cargo de titular del Poder Ejecutivo. Ese algo puede ser tangible o intangible, general o particular.

“Yo te doy mi voto”, dice el votante al candidato, “si tú haces las paces con nuestros vecinos de Wadiya.” Pero también el candidato puede decir al votante:

“Si tú me das tu voto, yo te doy un tinaco.”

En otras palabras, votar se ha convertido en un comercio, un trueque, un negocio, más o menos mezquino de acuerdo con la altura ética del país donde se vota. En este contexto, se abre la oportunidad para que México se erija en ejemplo, modelo y parangón para el orbe entero de la Tierra. En 2024, podríamos los mexicanos quienes digamos:

“Yo no voto ni por becas ni por pensiones. Yo doy mi voto a cambio de nada. Yo voto porque puedo. Voto para celebrar que no vivo en Corea del Norte, Birmania o Afganistán”, los países que ocupan los tres últimos lugares en el índice global de democracia.

A PESAR DE LOS PESARES

Hablando como unos Demóstenes que desayunan chilaquilitos con huevo, los mexicanos estaríamos afirmando nuestro orgullo porque, a pesar de los pesares, en este país las elecciones se han llevado a cabo de acuerdo con el orden constitucional desde 1934. Además, los presidentes han ejercido estrictamente el término que, por ley, dura su mandato. Algo semejante ha ocurrido en contados países: Canadá, Estados Unidos, Inglaterra y alguno más por ai.

Nuestro Demóstenes de Tangamandapio estaría manifestando su solidaridad con sus conciudadanos, vivos o muertos, que han logrado, a costa de inmenso esfuerzo, un éxito notable: en México, a partir de 1997, se celebran elecciones limpias y los votos sí cuentan. Estaría conmemorando el hecho, mundialmente infrecuente, de que los partidos se alternan en el poder, pues en 2006 ganó el PAN, en 2012, el PRI y en 2018, Morena. Nuestro Demóstenes sabría cuán cara ha costado su democracia. La estima, a pesar de ser tan imperfecta.

A MÍ NADIE ME COMPRA

Otrosí, como un Cincinato que no canta mal las rancheras, nuestro mexicano arquetípico podría decir: “A mí no compran ni yo me vendo. Yo voto de gratis. Voto porque es mi deber y me lo pide la conciencia.”

Nuestro Cincinato de Moroleón vota por la misma razón que tiende su cama y limpia la arena del gato. Vota igual que respeta los semáforos y paga sus impuestos. Vota por un patriotismo que no es cursi ni gritón, sino amor a la patria, humilde y callado. Claro, no es un puritano antipático: el 15 de septiembre da el Grito en el Zócalo de su localidad y compra su boleto para ir a ver jugar a la Selección Mexicana en el Azteca. Entonces, berrea “Cielito lindo” a todo pulmón.

LAS ENFERMEDADES DE LA PATRIA

Cincinato sabe que México está malito, quizá mucho más de lo que dicen los doctores. Sabe que la patria sufre enfermedades endémicas, algunas agudas, algunas crónicas, pero también padece males propios de la época y la civilización. Sabe que México nació con taras y defectos.

“¿Y quién no?”, diría Cincinato, al depositar su voto en la urna, pues sabe el dicho que dice: “A la sombra del amo, engorda el caballo.”

Y así, votando en masa millones de Demóstenes y Cincinatas, de Cincinatos y Demóstenas, México elevaría el nivel de la democracia en el mundo entero. En consecuencia, el Nobel de la Paz de 2025 se entregaría al pueblo mexicano, “por contribuir a restituir el voto popular a su condición de ideal heroico”. Podríamos designar a Salma Hayek para que recogiera el premio en nombre de la Nación. Podríamos disfrazar a Salma de Frida Kahlo.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 21 de abril de 2024 No. 1502

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