Por Mauricio Sanders

Cuando oigo hablar del Sueño Mexicano, me suena chafita, pues no oigo más que el Sueño Americano doblado al español. Monótono y homogéneo, me suena igual que el Sueño Húngaro, el Sueño Egipcio y el Sueño Indonesio, el Sueño Global que sueña con ir a la escuela desde el kínder; después de quince años de escolaridad, entrar a una universidad prestigiosa; pagar una millonada en colegiaturas para después irse de maestría; al regresar, sentirse realizado por haber agarrado chamba; a lo largo de treinta y pico años de carrera, lograr dos, tres o cuatro ascensos, con aumentos de sueldo que permiten pagar la hipoteca.

Aunque este sueño es profundamente humano, ponerlo en el centro de nuestra existencia es como poner un foco en el centro del sistema solar. Si bien nunca se hizo nada bueno con el estómago vacío, al ser humano no le basta tener la barriga llena para tener el corazón contento. Los hombres somos bípedos muy extraños, cuya dieta habitual incluye la ingesta de sueños. Para mantenernos sanos, los sueños que nos alimentan deben ser de calidad suprema.

Los humanos necesitamos un Sueño para vivir, pero no nos lo puede dar el gobierno. Ningún candidato, ningún presidente, ningún partido y ningún sistema pueden darnos un sueño que de verdad nos nutra. Sin embargo, el mundo entero quiere leche, pero está yendo a pedirla a la ferretería. La civilización contemporánea le pide un Sueño a la política y, como no se lo da, la civilización se frustra, se entristece y se enoja.

La política puede ofrecer orden y estabilidad, pero no plenitud ni felicidad. No obstante, para desgracia de la humanidad, a veces el olmo se ha puesto a querer dar peras. Cuando así ha sido, el Sueño termina en pesadilla. El Terror de Robespierre y el Pol Pot de Camboya fueron sueños que alguien soñó.

Hoy no estamos a salvo del peligro de las utopías. También puede ser que las democracias liberales del mundo occidental un día despierten de su sueño convertidas en el totalitarismo democrático de un Estado que garantiza a sus miembros seguridad y bienestar, pero a costa de sus libertades, incluyendo la libertad sacrosanta que cada quien tiene de meter la pata hasta el muslo.

Parece ser que el consenso en la porción del mundo a la cual pertenece México es que el único Sueño común al que podemos aspirar es que cada individuo tenga su propio Sueño. Pero, si a pesar del consenso no queremos limitarnos a soñar con que Gonzalo sueñe su sueño y Georgina el suyo, sino que nos empeñamos en soñar juntos un Sueño Mexicano, busquemos que el Sueño valga la pena ser soñado.

En México ha habido hermosos sueños que nos pudieran servir como base para soñar un Sueño compartido. Por mencionar algunos, está el de sor Juana, que soñaba con poner riquezas en su entendimiento, y no su entendimiento en las riquezas. Está el de la canción “La casita”, que popularizó Pedro Infante y cuya letra podría ser una composición que Manuel José Othón nunca firmó. Está el sueño soñado en la tilma de Juan Diego, que sueña todavía en la Basílica del Tepeyac.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 24 de marzo de 2024 No. 1498

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