Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Los humanismos que ignoran la vocación divina de la persona humana, la mutilan, pues su dimensión es de infinito. Más allá de su finitud real tiene una apertura espiritual de infinitud que rebasa su inmediatez periférica. Sin Dios no acaba de ser plenamente humana.

El Dios de los cristianos, es el Dios de Jesús, que revela el Amor inefable, trinitario.  Dios en esencia una y única poseída por las tres Personas, se auto comunican libre y eternamente. Cuando la persona humana responde con fe y amor, puede llegar a unirse con ellas según las características propias de cada una de ellas: por el Espíritu- Amor y por el Hijo-Sabiduría, en relación al Padre, principio sin principio, origen eterno del Hijo con el Hijo y por el Hijo  del Espíritu Santo, puede ser transformada divinamente, la persona.

Por eso, la mística cristiana implica necesariamente la comunión con las tres divinas Personas en un proceso admirable, fruto de la gracia y de la disposición cada vez más total de la persona humana.

Así, tenemos los testimonios elocuentes de algunos místicos cristianos, que vale la pena recordar, en nuestro contexto, ‘mare magnum’ de opiniones con la pérdida del norte espiritual y existencial de la vida.

Santa Catalina de Siena (1347-1380), Copatrona de Europa y Doctora de la Iglesia: “Contemplándote en Ti, vi que era imagen tuya, al hacerme partícipe del poder tuyo, Padre Eterno, y en mi inteligencia, de tu sabiduría que es propia de tu unigénito Hijo. El Espíritu Santo, que procede de Ti y de tu Hijo me ha dado la voluntad por la que tengo capacidad de amar: Tú, Trinidad Eterna, eres el hacedor y la hechura” (El Diálogo, BAC pág. 552).

Santa Teresa de Jesús (1515-1582),escritora, mística, Doctora de la Iglesia: “Esta presencia de las Tres Personas que dije al principio he traído hasta hoy… presentes en mi alma muy ordinario, y como yo estaba determinada a traer sólo a Jesucristo, siempre parece me hacía algún impedimento ver tres Personas -aunque entiendo es un solo Dios-… Parecióme se me representó como cuando una esponja se incorpora y embebe el agua, ansí (sic) me parecía mi alma que se henchía de aquella divinidad y por cierta manera en sí gozaba y tenía las tres Personas… que estaban y veía yo dentro de mi alma” (Relaciones XV, 1-4).

San Juan de la Cruz (1542-1591), místico, poeta, artista, Doctor de la Iglesia: “Y esta tal aspiración del Espíritu Santo en el alma, con que Dios la transforma en sí, le es a ella de tan subido y delicado y profundo deleite, que no hay que decirlo por lengua mortal, ni el entendimiento humano en cuanto tal puede alcanzar algo de ello… Y no hay que tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta, que el alma aspire en Dios como Dios aspira en ella por modo participado. Porque dado que Dios le haga merced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se hace deiforme y Dios por participación…” (Cántico Espiritual, 39).

Santa Isabel de la Trinidad (1880-1906), religiosa y mística francesa, cuya experiencia lleva a las cumbres de la mística trinitaria: “Te dejo en herencia mi devoción a los Tres, al Amor. Vive con ellos en tu interior; en el cielo de tu alma. El Padre te cubrirá con su sombra interponiéndose como una nube entre ti y las cosas terrenas para conservarte suya. Te comunicará su poder para que le ames con un amor fuerte como la muerte. El Verbo imprimirá en tu alma, como un cristal, la imagen de su propia belleza para que seas pura con su pureza, luminosa con su luz. El Espíritu Santo te transformará en una lira misteriosa que, en silencio, al contacto divino, entonará un magnífico canto de Amor. Serás entonces, la Alabanza de su Gloria” (Epistolario, Carta 107 a su hermana Margarita).

La persona humana puede reflejar al Padre del Cielo, quien es el amor fontal; significa que la persona puede ser capaz de dar amor, principio de amor en el tiempo.

La persona puede revelar al Hijo, quien es el Amado del Padre; persona amada desde toda la eternidad; así necesita ser amado, necesita a los demás.

También la persona puede ser reflejo del Espíritu Santo. Es el Amor entre el Padre Amante y el Hijo Amado, es principio de unidad, amado, ama.

En la liturgia oramos al Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo; así nos introducimos en el misterio trinitario.

Valoremos el misterio de Dios Uno y Trino, pues hemos sido bautizados, -sumergidos en su ser, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (cf Mt 28, 16-20).

El Credo, tiene una estructura trinitaria: damos el corazón a un solo Dios, que es Padre Creador, Hijo Redentor y Espíritu Santo Santificador y a la Iglesia una, santa, católica y apostólica, Comunidad Trinitaria.

‘El mismo Espíritu Santo, a una con nuestro propio espíritu, da testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos también herederos de Dios y coherederos con Cristo…’( Rm 8, 14-17).

Tengamos esa experiencia apasionante de vivir sumergidos en el misterio del Dios vivo y verdadero, que es Comunidad Trinitaria de Amor.

‘Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayúdame a olvidarme totalmente de mí para instalarme en Ti, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera en la eternidad…’ (Santa Isabel de la Trinidad).

 

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay


 

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