Por Jaime Septién

Año y medio después de participar en el Sínodo de los Obispos /Roma, octubre de 2001), el entonces obispo de Querétaro, monseñor Mario de Gasperín Gasperín, el 27 de abril de 2003, con la enseñanza del propio Juan Pablo II: “La democracia no se sustenta sin la verdad. Verdad y libertad o bien van juntas o juntas perecen miserablemente”, decidió emitir una carta que al mismo tiempo le ganó calladas alabanzas que enemigos, dentro y fuera de la Iglesia.

En México, decía más o menos José Vasconcelos, el que habla, asusta. País arrebujado en la simulación (“Yo hago como que trabajo y tú haces como que me pagas”; “¿Qué tanto es tantito?, “Promúlguese, pero no se cumpla”) la difusión de Un católico vota así representó, seguramente, el más grande dolor de cabeza que tuvo que enfrentar en su ministerio episcopal. Sobre todo, por la maldad implícita en la demanda y la estulticia propia de la “resolución favorable” que tuvo a bien “otorgar” la Secretaría de Gobernación a través del titular de Asuntos Religiosos.

La historia de este acontecimiento es útil para demostrar hasta dónde y cómo ha batallado la Iglesia católica en México para salir del gueto en el que se metió –literalmente a fuerzas—después de los “arreglos” de 1929 que pusieron fin a la guerra cristera y auspiciaron un modus vivendi que hasta la fecha sigue operando por otros medios diferentes a las brutales maneras del general Calles…. Un modo de vida en que se habla quedito, se arreglan las diferencias de trasmano, se habilitan los egos y se calculan las consecuencias no en el marco de la ley, sino en el marco de las próximas elecciones.

Se aproximaban, justamente, las elecciones intermedias del primer sexenio –el de Vicente Fox– en manos de la oposición al PRI desde que este partido político se había hecho del poder el 4 de marzo de 1929, en el Teatro de la República, en pleno centro histórico de Querétaro. La muy joven democracia mexicana que se estaba gestando (las elecciones del 2000 atrajeron la atención internacional: México se sacudía lo que Mario Vargas Llosa llamó “la dictadura perfecta”) necesitaba afianzarse en esas elecciones no desde una lógica partidista, sino desde el maravilloso sustrato de la Doctrina Social de la Iglesia. Don Mario tomó la determinación de hacerla presente.

Llamó a algunos laicos y a su consejo presbiteral, hizo un pequeño retiro de trabajo en unas cabañas que le prestaron, cercanas al lago de Zirahuén, y generó una instrucción pastoral sobre las elecciones que no ha sido igualada, según mi leal saber y entender, en Latinoamérica. Las múltiples menciones de la instrucción en otros lugares de la región así lo atestiguan. Vale la pena recordar los cuatro fundamentos de la enseñanza de la Iglesia que son la guía del documento y que demuestran hasta dónde la Doctrina Social tiene sus alcances (otra cosa es la ignorancia de muchos, que piensan que “meterse en política” nada tiene que ver con las sotanas y que lo mejor que puede hacer la jerarquía es incensar el altar o tomar chocolate y rosquillas con las beatas):

  1. La Iglesia católica no tiene partido. Como institución, la Iglesia acoge a todos los bautizados y no apoya a ningún partido político; más aún, acepta que una misma fe puede inspirar opciones políticas diversas.
  2. Los fieles católicos pueden afiliarse y votar libremente por el partido político y por el candidato que, sin contradecir sus convicciones morales y religiosas, mejor responda al bien común de los ciudadanos.
  3. La jerarquía de la Iglesia, es decir, los diáconos, presbíteros y obispos, no pueden afiliarse a ningún partido político, ni apoyar públicamente a un candidato en particular. Es su derecho y deber proponer los principios morales que deben regir el orden social y, en privado, votar por quien quieran.
  4. Los fieles católicos están obligados a ser coherentes con su fe en público y en privado; no pueden, por tanto, sin traicionarse a sí mismos, adherirse o votar por un partido o por un candidato contrario a sus convicciones religiosas y a sus exigencias morales.

Tras de las enseñanzas de la Iglesia, el documento prosigue por aquello que un católico no puede ni debe hacer frente a candidatos y partidos que estén en contra del respeto absoluto que se debe a la vida humana desde la concepción hasta su desenlace natural; por quienes no respeten la dignidad de la persona humana; que no respeten la libertad religiosa; que estén por encima del derecho inalienable de los padres de familia a educar a sus hijos según sus convicciones; que no garanticen la “certeza moral que utilizarán honestamente” el dinero público, o por un partido o un candidato “que no se comprometa a promover la dignidad de la familia fundada sobre el matrimonio monogámico entre personas de opuesto sexo; a combatir la violencia, la drogadicción, la injusticia institucionalizada, la corrupción pública y que no haga propuestas creíbles en favor de los más necesitados”.

Fiel a su concepción de que el “cómo no” tiene que venir avalado por un “cómo sí” (fruto de la concepción jesuítica del tanto cuanto), don Mario ponía en su instrucción pastoral las tres directrices que debe observar un católico en materia de votaciones:

  1. Debe votar, preferentemente, por un candidato que respalde con su ejemplo las virtudes humanas y cristianas como son el respeto a los demás, el saber escuchar, el diálogo, el decir la verdad, la honestidad, la vida morigerada, la fidelidad conyugal y el amor a su familia.
  2. Debe votar, preferentemente, por un candidato que demuestre con hechos su espíritu de servicio a los demás, con especial preferencia hacia los pobres y que en todo y sobre todo defienda la dignidad de la persona humana.
  3. Debe votar, preferentemente, por un candidato que tenga cualidades de gobierno y que garantice la vigencia del estado de derecho mediante la aplicación de la ley, sin excepción de personas o de cargos.

Luego –en una operación que muestra el conocimiento de la Sagrada Escritura y la vida cotidiana del católico, así como la relación de éste con la política, su instrucción nos regaló esta joya sobre cómo un católico –frente a las urnas o como competidor político– cumple así los Diez Mandamientos:

1°) Amar a Dios sobre todas las cosas: El partido político o el candidato no pueden ser amados más que Dios: Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres (S. Pedro: Hechos 5,2).

2°) No jurar el nombre de Dios en vano: No se puede usar a Dios o la religión para hacer propaganda política o para ganar votos.

3°) Santificar las fiestas: El domingo es día de guardar, de descanso y dedicado a la familia; es Día del Señor, para ir a misa.

4°) Honrar a tu padre y a tu madre: El respeto a los padres está sobre el respeto a los jefes y a los compañeros de partido. A la mujer, en su condición de madre, esposa, hermana e hija, se le debe sumo respeto.

5°) No matar: Están prohibidas las venganzas, “ajustes de cuentas”, muertes políticas y, sobre todo, el matar las esperanzas de los más débiles con políticas económicas equivocadas o acumulando riquezas injustas.

6°) No fornicar: Está prohibido aprovecharse del puesto o de las influencias para obtener servicios y favores sexuales de cualquier persona.

7°) No robar: Tomar o retener injustamente los bienes ajenos o los dineros públicos y emplearlos para el bien personal, es robar. El pecado de robo no se perdona si no se devuelve lo robado.

8°) No levantar falso testimonio ni mentir: El falso testimonio, la calumnia y los anónimos denotan cobardía y son pecado. No hay mentiras piadosas ni es verdad que en política todo se vale. Pensar así es fomentar el cinismo y el deterioro social.

9°) No desear la mujer de tu prójimo: El tener dinero, prestigio o poder no da derecho a repudiar a la esposa legítima y a juntarse con otra: Quien se casa con un(a) divorciado(a) comete adulterio (Jesús: Mt 5,12).

10°) No codiciar los bienes ajenos: La codicia se refiere al deseo de tener, por cualquier medio, los bienes del prójimo o los bienes públicos. Éste sería el caso de quien busca un puesto político con la intención de enriquecerse y no de servir.

***

Casi resulta obvio decir que este documento iba a causar la furia de algunos políticos (y la indiferencia cínica de otros que sintieron que el obispo de Querétaro “los estaba apoyando”). Más cuando en su instrucción recordaba lo que “un católico sabe” (pero que casi siempre olvida que sabe): que la democracia no se agota en el proceso electoral y que abstenerse de votar puede considerarse un “pecado de omisión”; que está obligado a conocer los principios morales y la doctrina de partidos y candidatos tanto como a conocer su fe y formar su conciencia de acuerdo a las enseñanzas de la Iglesia y de la moral católica, y que debe cuidar a las instituciones ciudadanas que protegen el bien de la democracia (el IFE, entonces, INE ahora, acababa de pasar la prueba de juego del año 2000).

Quizá en el único punto que mostraba su debilidad este documento –debilidad que estaba avalada por la “caballada flaca” de partidos y contendientes, tanto como por el elevado porcentaje de abstencionismo que caracterizaba a la participación ciudadana en los comicios– era este párrafo:

Que si no encuentra un partido o candidato que concuerde con sus principios religiosos y morales, debe votar, según su juicio y en conciencia, por el menos malo.

Más adelante, apoyado en la reflexión del actual secretario de la Pontificia Comisión para América Latina, el doctor Rodrigo Guerra, la precisión de don Mario para este y otros menesteres de la vida pública ha variado sabiamente: ya no se trata de elegir al “menos malo” sino al “bien posible, aunque sea modesto”.

Consciente, desde el momento que entregó su instrucción Un católico vota así, de que podía ser mal interpretada, usada, vilipendiada y arrojada al cubo de la basura, don Mario recordaba que “estos principios doctrinales son válidos para los católicos de cualquier parte y no tienen dedicatoria particular, más que la que cada uno le quiera dar”.

Y agregaba una verdad del tamaño de una catedral: que “la Iglesia es anterior a cualquier partido político y la fe trasciende las ideologías; en todo caso, quienes podrían sentirse ofendidos son los católicos que pagan impuestos y son usados con frecuencia para atacar los principios fundamentales de su fe y de la moral católica”.

Don Mario, como suele decirse, “no se sacó de la manga” el documento. Fue fruto de una larga, muy larga, reflexión sobre el papel de la Iglesia en la vida pública y de estudio, principalmente del Catecismo de la Iglesia Católica; de las encíclicas del Papa Juan Pablo II (El Evangelio de la vida y El esplendor de la verdad); del documento de la Conferen- cia del Episcopado Mexicano (difundido para las elecciones del 2000: Del encuentro con Jesucristo vivo a la solidaridad con todos) y de la nota doctrinal, dirigida por el cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe que resaltaba Algunas cuestiones relativas al comportamiento y conducta de los católicos en la vida política (2002).

Con ese bagaje y con el valor de enfrentar lo que hubiere que venir, terminaba su documento con la oración de un católico frente al tema político y a los políticos, proveniente de la Liturgia que cada Viernes Santo repite la Iglesia Universal frente a la Cruz de Jesucristo:

Dios todopoderoso y eterno, en cuya mano está mover el corazón de los hombres y defender los derechos de los pueblos, mira con bondad a nuestros gobernantes, para que, con tu ayuda, promuevan una paz verdadera, un auténtico progreso social y una verdadera libertad religiosa.

Tanta sabiduría, tanta doctrina, tanta comprensión y tanta obligación moral indigestaron a ciertos laicos de “la clase política” y a uno que otro miembro de la jerarquía eclesiástica. Sin sembrar vientos, don Mario heredaría tormentas.

**Fragmento del libro “¿Qué hay por el mundo?”, biografía periodística de don Mario De Gasperín Gasperín.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 19 de mayo de 2024 No. 1506

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