Por P. Fernando Pascual

El desorden aparece como una amenaza en casi todos los ámbitos de la vida.

Hay desorden en las habitaciones, en los libros, en los ficheros, en las llaves.

Hay desorden en las conversaciones, en las lecturas, en los mensajes que llegan y salen del celular.

Hay desorden en nuestro propio cuerpo, sobre todo cuando inicia una enfermedad que consiste, precisamente, en la falta de orden.

Hay desorden en la calle, entre baches y señales caóticas, con un tráfico enloquecido y con motos que se cruzan por todos los lados imaginables.

Hay desorden en la ciudad o el Estado, con grupos que luchan unos contra otros sin respetar las mínimas reglas de educación cuando hay que confrontarse desde ideas diferentes.

Luchar contra el desorden puede parecer titánico, sobre todo cuando tenemos que constatar que hay desorden en la propia mente, en el corazón, en las decisiones que tomamos en un mundo agobiante.

Pero no podemos vivir tranquilos con el desorden. O, al menos, no podemos permitir que nos destruya internamente.

Por eso, buscaré cómo ordenar la ropa, la nevera, los libros y los ficheros.

Buscaré poner orden en los mensajes que recibo y en las respuestas que formulo.

Buscaré dar mi granito de arena en la calle y en la oficina, para que el caos no nos destruya y podamos coordinarnos con un poco de respeto.

Buscaré, sobre todo, ordenar mis ideas y emociones, para que reine esa paz que, luego, podré proyectar fuera de mí mismo.

Porque, cuando vivimos con orden, podemos ofrecer a otros palabras y gestos que suavicen tensiones y promuevan una convivencia respetuosa y, en un nivel más profundo, llena de caridad auténtica…

 
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay


 

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