Por Mario de Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro
EN QUE yo fui creado a “imagen y semejanza de Dios”, como me enseña la santa Biblia y la doctrina de la Iglesia. Yo soy “hechura de las manos de Dios”. Él me hizo (creó) de la nada, con su infinito poder. Mi gloria es ser fruto del amor de Dios. Por eso, yo amo a Dios mi Creador.
EN QUE, Junto con el hombre, Dios hizo a la mujer, compañera y ayuda semejante a él. Es, por tanto, regalo de Dios, a quien respeto y me uno en matrimonio para comunicar vida y amor. Mi matrimonio es estable, uno con una, da la vida y cuida de la creación. Mi familia es mi orgullo.
EN QUE Dios puso la creación entera en mis manos para que la custodiara y la guardara, y con mi trabajo, sudor de mi frente, me ganara el sustento familiar. Me regaló a los animales, unos como adorno de la creación, otros para mi ayuda y sustento. Por eso, yo los respeto y quiero, pero no son como yo. Ni sustituyen a mis hijos. Yo no soy fetichista.
EN QUE, con mi inteligencia y libertad descubro la grandeza y belleza de la creación. La estudio y trato de entenderla. Por eso, se la agradezco a Dios y me encomiendo a él. De la semana que me da para trabajar, le devuelvo un día, el domingo. En ese día descanso, voy con mi familia a la iglesia, y hago deporte. Me siento orgulloso de tener un Dios así de bueno, a una Madre tan hermosa como María y a innumerables amigos. Somos una buena compañía. Me cuesta entender a los incrédulos y renegados, pero los encomiendo a Dios, junto con las autoridades.
EN QUE, en la santa Biblia (Salmo 139) leo que Dios “me formó maravillosamente en el seno de mi madre”. Cada creatura que se forma (concepción) en el seno materno, o que está a punto de terminar su jornada en el lecho de enfermo, merece un respeto, y más que si estuviera bueno y sano. En todas las circunstancias de la vida, la vida humana es sagrada, es regalo de Dios, y debemos cuidarla como a la niña de nuestros ojos. Esta es la infinita dignidad de todo ser humano: hombre, mujer, negro, blanco, asiático, tarahumara o rancherito del cerro de enfrente.
EN QUE todos, absolutamente todos, en cualquier circunstancia de su vida, somos imagen de Dios, de dignidad infinita, es decir, que aquí, y donde sea, nunca se pierde. Ni te la quitan. Dios no se arrepiente de su obra, dice nuestra santa fe católica. Nuestra Iglesia nos ama, defiende y protege desde nuestro nacimiento y bautismo, hasta que nos entrega al Padre. Nos protege contra el Maligno, de los malosos y los poderosos. Yo rezo para que descubran su dignidad estropeada.
EN QUE yo, concebido en pecado de origen como todo mortal, fui salvado por Cristo. Él dio su vida por mí, siendo yo pecador. Yo adoro su sangre derramada en la Cruz, precio de mi salvación. Soy, pues, hijo de Dios y valgo lo que vale la vida de su Hijo. Llamarme cristiano es un título de mi dignidad. Procuro llevar una vida digna para no ensuciar ese nombre y alcanzar la Resurrección y la Vida eterna. Me espera, por gracia de Dios, un destino glorioso.
POR TANTO, rechazo todas esas violaciones graves a la dignidad humana, que enumera la Iglesia, como son: La pobreza extrema; la guerra; la explotación de los emigrantes; la trata de personas; los abusos sexuales; la violencia contra las mujeres; el aborto; la maternidad subrogada; la eutanasia y el suicidio asistido; el descarte de discapacitados; la teoría de Género; el cambio de sexo y la violencia digital. Con el Papa Francisco sostengo que “es sobre la base del reconocimiento de la dignidad de la persona humana como se sostienen los derechos humanos, que preceden y sustentan toda convivencia civilizada”.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 26 de mayo de 2024 No. 1507