Por Jaime Septién

La cultura moderna ha perdido casi completamente el sentido de lo sagrado. El polaco Leszek Kolakowski escribe: “La cultura que pierde el sentido del sacrum pierde el sentido por completo”. La nuestra da vueltas en redondo, mirando el celular. Lo sagrado le queda demasiado grande.

Con el nuevo documento sobre la dignidad humana, surgido después de cinco años de estudio, la Iglesia católica ha puesto el dedo en la llaga: no se puede alterar el soplo divino con el cual está hecho el hombre. Hacerlo inventando derechos y olvidando naturaleza e historia es atentar justamente contra lo sagrado.

En comunicación estudiamos la objetivación del otro. Recuerdo cómo me cimbró durante la carrera el reconocimiento de tantas y tantas actitudes mías con que objetivaba a los demás. Tomadas como si fueran “normales”. Objetivar es volver a la persona un objeto. Robarle su dignidad. Manejarla e instrumentalizarla. Me sirve para esto, no me sirve para aquello…

Las ideologías son el perfecto ejemplo de la objetivación. Tomando a la masa la vuelven una cosa manipulable a cambio de migajas. Y después de ello, cuando la tienen adiestrada, la abandonan a su suerte. El machismo, a nivel interpersonal, es otro ejemplo brutal: el otro es esclavo. No puede tener libertad sin mi permiso. Soy su amo.

Me da un gusto enorme que haya salido “Dignidad Infinita” en estos tiempos oscuros. Marca la pauta para un mundo mejor, como el que quiere Jesús. No inventa nada. Nos recuerda lo sagrado. Y nos invita a no perderlo de vista.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 28 de abril de 2024 No. 1503

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