Por Rebeca Reynaud
Cristo dijo: “No he venido a llamad a los justos sino para los pecadores” (Lucas 5, 32). Soy pecador de nacimiento. Si me sé pecador y me amo, me trataré con dulzura. Que el pecador se ame a sí mismo, es lo que Dios nos pide. Convertirnos en insoportables para nosotros mismos no es sano ni cristiano. ¿Somos imperfectos? Sí, claro. Pero nos falta aceptar nuestra fragilidad.
Cuando el amor propio se turba e inquieta por ser imperfectos hemos de considerar que es humanos serlo y mejor aún, reconocerlo. Mientras no nos amemos a nosotros mismos, no amaremos a los demás, y luego pasamos a descalificar a los demás.
No hay desesperarnos ni desanimarnos por nuestros fallos. No entrar en esa rueda de autocompasión y enfado que en el fondo muestra mucho orgullo. Cuando yo no me sé pecador, me fastidia verme imperfecto. Por no aceptar mis imperfecciones y mis defectos, creo tensiones en mí y en los demás.
Aconseja San Francisco de Sales: Hay que tener un desagrado de nuestras faltas, pero un desagrado tranquilo, sereno y firme.
Malbaratar una vida al grado que los demás no reciban el cariño que deben recibir de mí, eso es lo que me debe doler. Sin embargo, cuando las reacciones son de enojo o coléricas, responden a nuestras inclinaciones personales, más que a nuestras faltas. Si soy miserable, no me ha de admirar que sea mezquino, cicatero, egoísta, a veces.
Cuando tu corazón caiga, levántalo con dulzura, sin admirarte de que haya caído. ¿Por qué me sorprendo ser débil? Lo eres, sin embargo, detesta con toda tu fuerza la ofensa que has hecho a Dios.
“Señor, enséñanos a valorar el mal del pecado y a tratar con dulzura al pecador. Tú lo tratas bien, pero te duele la ofensa. Que me duela la ofensa a ti y no la debilidad nuestra, porque la imperfección nos acompañará hasta el último día de nuestra vida.
Se trata de atrevernos a cambiar. Hay cosas que nos hacen daño, nos alejan de Dios y cuesta mucho cortar con lo que sabemos que no va con la Ley de Dios. Dios no nos quita nada y nos da todo. Cuando se corta con el pecado sentimos que dejamos parte de nosotros mismos, ¡duele!, pero es necesario hacerlo para meternos por caminos de amor y luz.
Dios te ama
Dios le dice a la mística italiana, Luisa Picarreta, “quiero que sepas qué sufrí, por qué sufrí y qué obtuve, para que te puedas unir a mi Pasión”. Luego explica que su Pasión no es un hecho pasado, un hecho que fue, sino que está siendo, en el plano de Dios la vida de Jesucristo está presente siempre. “Cuando comprendas esto podrás trasladarte al no tiempo, donde Yo estoy, para que puedas unirte Conmigo, acompañarme y padecer junto conmigo. Esta es la mejor reparación porque reparas con mis mismas reparaciones”. Le explica a la Sierva de Dios que él reparó al Padre eterno, y que ahora falta quien repare a Jesús. ¿Cuál es la Voluntad de Dios? Que cumplamos el fin para que fuimos creados.
Adán vivía en perfecta armonía y amistad con Dios, en cuanto hace su propia voluntad y deja, por tanto, de hacer la de Dios, se frustra.
El mayor sufrimiento de Jesús fue el abandono en el que estuvo y en el que está. No quiere estar solo, hay por tanto que entrar al no tiempo, para acompañarlo. “La mera presencia vuestra conmigo, consciente, estará salvando el abandono que padecí en Getsemaní”. Con nuestros sufrimientos podemos reparar los pecados nuestros y los de otros, que son ofensas hechas a Jesús. Con eso el valor nuestros sufrimientos adquieren otra dimensión, si los unimos a la Pasión de Jesucristo.
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