Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Es cada vez más frecuente la dispersión y la atomización de las conciencias. Se da un gran vacío interior aunado a una gran superficialidad. Se vive en una sociedad materialista que atenta o ridiculiza los valores del espíritu. Se dificulta por diversos modos el vivir y gozar la presencia de Dios. Con frecuencia se instrumentaliza o se pisotea la altísima dignidad de la persona humana. El amor y el respeto a la persona, están fuera del horizonte contemporáneo.

Desde nuestra pequeñez y vulnerabilidad, conscientes de nuestra pobreza y miseria, clamamos desde lo más hondo de nuestro ser:

‘Ven Espíritu divino, de Jesús, vida y aliento. Ven soplo eterno del Padre que creas el hombre nuevo. Ven intimidad de Cristo, que das savia a los sarmientos. Ven energía divina, tempestad de Dios y viento, que abres las puertas cerradas, que quitas todos los miedos, que liberas al esclavo, que rompes todos los cepos.

Baja hoguera trinitaria, bautízanos con tu fuego, somos carbón apagado, todo obscuridad e invierno, enciéndenos en amores, conviértenos en luceros…’(CELAM, Col. Tercer Milenio,11).

‘Por su Muerte y Resurrección, Jesús es constituido Señor y Cristo en la gloria (Hech 2, 36). De su plenitud, derrama el Espíritu Santo sobre los apóstoles y la Iglesia’ (Cat IC 746). Así lo hace ‘Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo; “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado… Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo…” (Jn 20, 19-23).

Jesús Resucitado debe ser el centro de nuestra comunidad de discípulos. Él nos da su paz y suscita la alegría indefectible; él nos entrega permanentemente su ‘Aliento, Ternura, Amor’ que es la persona Don, el Espíritu Santo dador de vida; es el alma de nuestra alma, vida de nuestra vida.

Somos frágiles y débiles. Él nos da su Espíritu para cumplir con su misión como Iglesia. Ciertamente somos barro, pero por sus manos y por su Corazón traspasado, nos da su Aliento-Espíritu, para ser su Cuerpo-Iglesia.

Los sacramentos son eficaces por la acción del Espíritu Santo; pero en el Espíritu Santo-Amor, hemos de celebrarlos, resaltando el gozo de su amor presente y actuante.

La existencia cristiana ha de ser un vivir en el Espíritu Santo para que sea culto agradable al Padre como expresión de comunión de amor con las personas.

Para que esto sea posible es necesaria la participación en la Eucaristía, en la oración personal y comunitaria, abiertos a la acción vivificante del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo es el agente de la santificación, de la oración en el Espíritu, de la teología en el Espíritu y de la acción en el Espíritu.

 
Imagen de Joe en Pixabay


 

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