Por José Ignacio Alemany Grau, obispo

En la liturgia del ciclo B se nos habla mucho de la sangre. Sabemos que la sangre es vida, pero fácilmente olvidamos que nuestra vida de fe depende de la sangre del Cordero Inmaculado, de Jesucristo en la Eucaristía.

En esta gran solemnidad lo vamos a recordar.

Éxodo

En el Antiguo Testamento Moisés hace un pacto entre Dios y el pueblo de Israel. El pueblo gritará: «Haremos todo lo que ha dicho el Señor».

Pero eso sí, según la costumbre de los pueblos antiguos, toda alianza tiene que ser confirmada con sangre.

Los jóvenes ofrecen al Señor holocaustos y vacas como sacrificio de comunión. Moisés tomó la mitad de la sangre y la puso en vasijas y la otra mitad la derramó sobre el altar que simboliza a Dios.

Cuando el pueblo confirmó su promesa al Señor, el caudillo derramó la otra parte de la sangre sobre Israel diciendo:

«Esta es la alianza que hace el Señor con vosotros».

El pueblo se siente profundamente comprometido y hace su promesa, aunque por su debilidad caerá en el pecado.

Pero ha quedado un pacto, una alianza, muy importante entre la divinidad y el pueblo escogido por el mismo Señor.

Salmo 115

Nos invita a alzar la copa de la salvación invocando el nombre del Señor.

El salmista se pregunta: «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?»

Nosotros podremos entenderlo, sobre todo, pensando en la Eucaristía que hoy celebramos, repitiendo: «Alzaré la copa de la salvación invocando su nombre».

En este día de Corpus Christi repitamos también: «Te ofreceré un sacrificio de alabanza invocado tu nombre, Señor, en presencia de todo el pueblo».

Carta a los hebreos

Nos explica la gran diferencia que hay entre los sacrificios antiguos que ofrecían la sangre de machos cabríos y toros y que solo servían para conseguir una purificación legal, la pureza externa, y el gran sacrificio de Cristo «que se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha para purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo».

Este sacrificio purificará al hombre de los pecados cometidos y dará el culto verdadero a Dios para siempre porque Jesús Sacerdote vive para siempre.

Verso aleluyático

Es Jesús mismo el que nos advierte:

«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre», el pan de la Eucaristía que con su sangre bendita hoy celebramos.

Evangelio

En este día San Marcos nos cuenta la preparación de la fiesta pascual que Jesús quiso celebrar, aprovechando para algo nuevo con los suyos, de una manera muy especial. El gran regalo de la Eucaristía: la donación de su Cuerpo y Sangre preciosos para alimento y compañía.

«Envía a dos a preparar allí la cena».

Así lo hicieron y «mientras comían Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio diciendo:

“Tomad, esto es mi cuerpo”».

Luego, «cogiendo una copa pronunció la acción de gracias y se la dio y todos bebieron.

Y les dijo:

“Esta es mi sangre, sangre de la alianza derramada por todos”».

De esta manera tan sencilla San Marcos nos ha presentado el gran misterio eucarístico ya simbolizado en la sangre que se ofrecía en el Antiguo Testamento y realizado por Jesucristo, que nos ha dicho que su entrega es la sangre definitiva de la nueva y eterna alianza.

Amigos todos, en este día de una manera especial, nos toca agradecer y aprovechar el sacrificio de Cristo para purificarnos y, de una manera especial, según la costumbre de nuestros pueblos, para acompañarlo también en la procesión.

Que nunca seamos como algunas personas que dicen que solo van a misa cuando sienten fervor…

Si en el plan de Dios ya no existen los holocaustos del Antiguo Testamento, ofrezcamos siempre el gran sacrificio de Cristo para poder purificarnos de los muchos pecados que comentemos en nuestro tiempo.

¡Por siempre sea alabado, mi Jesús sacramentado!

 
Imagen de Robert Cheaib en Pixabay


 

Por favor, síguenos y comparte: