Por Arturo Zárate Ruiz

Me es difícil tomar un partido claro en muchos debates locales, nacionales y, por supuesto, internacionales.

De estos últimos me sorprende lo fácil con que no pocos se proclaman pro israelitas o pro palestinos, o pro rusos o pro ucranianos. Son conflictos “lejanos”, sobre los cuales las narrativas que nos llegan al respecto son muy variadas.

Tal vez me parece muy claro que el gran agresor es Rusia, pero no olvido que carezco de mucha información sobre lo que ocurre en Ucrania ahora. De hecho, el papa Francisco, aun cuando su postura sea impopular en Europa y Estados Unidos, recomienda que Ucrania considere la posibilidad de negociar una paz con Rusia. Ciertamente, tampoco se me olvida que en asuntos como éste el Papa no es infalible.  Pero no tengo duda de que él está mejor informado que yo.

Los conflictos de Medio Oriente ya existían en milenios antes de Cristo. Lo dice el Antiguo Testamento. Así me es difícil establecer quién empezó, y, por tanto, decir que soy pro israelita o pro palestino o pro iraní, como si tuviera necesariamente que tomar partido.  Pero algunos lo hacen.  Se manifiestan en varias universidades de Estados Unidos y ahora también en México.

Ahora bien, reconozco que, en muchísimos casos, es legítimo tomar partido.  Lo hace una mujer para defender a su marido o a sus hijos, aun cuando sepa que son unos patanes.  De hecho, no se le exige testimonio en los tribunales porque no se le puede forzar a hablar contra ellos.

Ser patriota es también tomar partido por el propio pueblo cuando se ve amenazado. Apenas independiente México, su hoy zona fronteriza se vio continuamente atacada por texanos, y quienes allí vivían asumieron bien la defensa y resistieron.  Cuando los norteamericanos se unieron a los texanos, el gobierno nacional dizque se encargaría de ello y prefirió retirarse, es más, entregar los territorios más al norte.  No sólo eso, se “premió” a los ahora fronterizos con restricciones al comercio, exagerados impuestos y la leva.  Los texanos intentaron atizar resentimientos en 1851, y apropiarse de nuevos territorios.  No el ejército nacional, sino los locales resistieron por más de dos semanas de destrucción casi completa.  La hoy Heroica, Leal e Invicta tomó partido.  No imperó el resentimiento sino la lealtad a México.  De no haberlo hecho, la frontera mexicana estaría ahora en San Luis Potosí.

Se toma también partido por identificarse o simpatizar con una clase social, independientemente de cómo se conciba ésta.  Por decirlo de alguna manera, los “aspiracionistas” toman partido con otros “aspiracionistas”, los “marginados” con otros similares, y los hay quienes por un sentido muy personal de lo que es “justicia” o, quizás conveniencia, se inclinan por los débiles o por los triunfadores, sin importar su pertenencia a uno u otro grupo.

Pronto habrá elecciones en México y son intensas las campañas electorales.  No nos debe sorprender que los ciudadanos tomen partido, como también lo hacen en muchos países en tiempos similares.  Y digámoslo: tomar partido no es fácil.  En casi todos los países de “ideas avanzadas” (inclusive México), la mayoría de los políticos apoyan el aborto.  Sobre ello dijo san Juan Pablo II en Evangelium Vitae: «cuando no sea posible evitar o abrogar completamente una ley abortista, un parlamentario, cuya absoluta oposición personal al aborto sea clara y notoria a todos, puede lícitamente ofrecer su apoyo a propuestas encaminadas a limitar los daños de esa ley y disminuir así los efectos negativos en el ámbito de la cultura y de la moralidad pública. En efecto, obrando de este modo no se presta una colaboración ilícita a una ley injusta; antes bien se realiza un intento legítimo y obligado de limitar sus aspectos inicuos».

Por decirlo de otra manera, tomar partido no es cegarse a la verdad.  Un niño es un niño aún antes de nacer.  Una madre y esposa no debe defender a los infames marido e hijos a punto de permitir que sigan su camino al Infierno.  Debe admitir, en ocasiones, que la cárcel sea el correctivo.  Aunque muy patriotas, algunos fronterizos toleraron a esclavistas texanos, y admitieron que secuestraran a negros emancipados para hacerlos de nuevo esclavos allá.  En fin, vienen las elecciones. Tomemos, sí, partido, pero sin ser tan tontos que idolatremos al candidato.

 
Imagen de Brian Merrill en Pixabay


 

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