Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Vivimos bajo la lógica de la eficacia y por esto mismo cargamos una existencia agobiada, llena de tensiones. Parece que Dios no está más en el horizonte de muchas personas. Lo que importa es la producción. Importa el rendimiento. Fácilmente los fiels cristianos podemos caer en la ‘herejía de la acción’, según san Pablo VI.

El Señor Jesús nos pone alerta. La semilla que crece por sí misma y el crecimiento impresionante de la semilla de mostaza (cf Mc 4, 26-34). De este modo tan sencillo el Señor nos presenta el misterio de la Palabra y del Reino de Dios. El campesino siembra con confianza, pues confía en su trabajo y en la bondad de la tierra.

A través de esa enseñanza hemos de hacer lo que esté en nuestra mano y confiar en el resultado que depende de Dios. Al respecto es interesante la enseñanza de san Ignacio de Loyola como consta en la obra de Rivadeneira sobre la ‘vida de san Ignacio de Loyola (BAC): ‘Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios’.

Es una enseñanza grande y consoladora, que nos llena de esperanza, para liberarnos de preocupaciones estériles y del activismo.

El Reino de Dios ciertamente ha de crecer cuantitativa y cualitativamente, como nos enseñaba el P. Enrique Amezcua Medina; es decir, la presencia de Dios se ha de extender al mayor numero de personas, pero también ha de crecer progresivamente en el interior de cada uno.

Vivimos anegados por las malas noticias que pueden crear el desánimo y la impotencia. Pero nuestra absoluta confianza en Dios y nuestro humilde trabajo, nos permitirán sembrar y sembrarnos, aunque sea modesto nuestro desempeño, más allá de la maquinaria de la propaganda, del poder tecnológico y de las gigantescas organizaciones. Hemos de valorar las pequeñas acciones y gestos, para crear cercanía y poner un poco de alegría y paz en los corazones atribulados; son pequeñas semillas para esta sociedad hacedora de complicaciones.

Se está generando en esta sociedad de la eficacia a individuos egoístas, libres de responsabilidades bajo el ideal de una supuesta libertad: solteros, solteras, que buscan su bienestar, su seguridad y su placer, sin complicaciones de alteridad ni compromiso por el otro. Pierden la capacidad para el amor y la entrega, que son el principio de la verdadera y plena felicidad.

Confiemos plenamente en Dios como si todo dependiera de él y trabajemos con paz y serenidad como si todo dependiera de nosotros. Así Dios nos acompaña en la siembra de la nueva humanidad, en la cultura del amor, amor que es el principio de la eficacia divina y humana.

Hemos de atenernos a la enseñanza punzante de Tolstoi (1828-1910): ‘Se puede talar árboles, fabricar ladrillos y forjar hierro sin amor. Pero es preciso tratar con amor a los seres humanos. Si no tientes afecto por los hombres, ocúpate en lo que sea, pero no de ellos’ (‘Amo y Criado’). Solo se es feliz si se da la vida por los demás.

El amor es el gran desafío de Dios en Cristo para todo ser humano.

 
Imagen de Myriams-Fotos en Pixabay


 

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