Por Rebeca Reynaud

Los pecados capitales son siete, y lo mismo los dones del Espíritu Santo, son siete. Veremos brevemente un pecado capital (ira) unido a un don del Espíritu Santo (paciencia).

La ira, en gran parte, existe en este momento en nuestra sociedad a gran escala; hay estallidos coléricos, a veces con un telón de fondo de grupos ideológicos y políticos. Mons. José Ignacio Munilla explica que, en nuestra vida cotidiana tenemos el riesgo de tener ira, tenemos filias y fobias. Al que me cae bien le pasó todo, al que me cae mal no le paso una. No deja de ser un signo de falta de madurez grande el actuar por filias y fobias.

El que tiene ira no aguanta los defectos de los demás, lo que se constituye en un autorretrato, porque lo que lleva a perder la paciencia son circunstancias, la causa de la ira está dentro de ti. Si una persona no está en paz con Dios, no está en paz consigo mismo, y, por tanto, está en guerra con los demás. Depende del grado de la ira que se tenga, llevará a cometer pecados veniales o mortales. Los pecados mortales son pecados madre del cual se derivan otros pecados. La ira puede llevar a la violencia, a contestar agriamente o a cometer injusticias. En suma: No aguantas a los demás porque no te aguantas a ti mismo, porque no estás en paz con Dios.

El don de la paciencia va contra la ira, la paciencia es saber esperar, es saber luchar contra uno mismo, si la ira te sobreviene, contente; reza un Padrenuestro, si no se pasa, reza un Rosario. La ira es como una ola, que alcanza un piso y luego se rompe. Si tienes paciencia, la ola ya se romperá. Mientras estés encendido no digas nada ni decidas nada. El que está encendido no es dueño de sí mismo.

San Felipe Neri acostumbrara decir que en este mundo no hay purgatorio, sino tan solo cielo o infierno; quien soporta pacientemente las tribulaciones, disfruta ya del cielo, y quien las rehúye, padece ya un infierno anticipado (Práctica del amor a Jesucristo, cap. V).

La paciencia es la ciencia de la paz. Ana Catarina Emmerick afirma que sufrir pacientemente es el estado más digno de un hombre sobre la tierra. Si un ángel pudiera tener envidia la tendría del hombre que padece por Dios.

El don del Espíritu Santo para tener paciencia es el don de piedad. Piedad significa tener intimidad con Dios y con el prójimo. ¡Dios es mi Padre, qué feliz soy! Eso me permite ver un montón de cosas buenas en los demás. La única manera de tener paciencia con las personas es aprender a ver en ellas cosas buenas, y no es justo ver únicamente las cosas malas.

Para que alguien pueda cambiar, empieza por amarle tal y como es. Así será más fácil que cambie. Si no les amamos, las personas no van a cambiar. Si se saben amadas, tendrán fuerza para cambiar. Y, por último, el don de piedad hay que pedírselo a Dios.

 


 

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