Por P. Eduardo Hayen Cuarón
Hace muchos años recibí la visita de un joven inquieto por un tatuaje en su piel. La figura de un dragón impreso en su pierna lo perturbaba. Se lo mandó hacer en momentos en que, por su inmadurez, no meditó las consecuencias. Mirar esa imagen le despertaba cierta inquietud por llevar en su cuerpo un símbolo del ángel caído, a quien representa el dragón, y además le provocaba deseos impuros. ¿Hay conexión entre un tatuaje con la acción del Maligno? En muchos casos, sí.
Desde el punto de vista bíblico existen dos pasajes que nos hablan de que se trata de una práctica contraria a la dignidad del cuerpo humano y de la creación de Dios: «No se harán incisiones en la carne a causa de los muertos, ni tampoco se harán tatuajes. Yo soy el Señor» (Lv 19,28). Entre muchas otras, estas fueron disposiciones de Dios para su pueblo Israel. Se trataba de costumbres prohibidas por su relación con el paganismo. Antiguos pueblos que no eran Israel creían honrar a sus dioses haciéndose incisiones y tatuajes en el cuerpo para expresar el duelo. Hay personas que hoy se tatúan el nombre de sus seres queridos, vivos o difuntos, como una expresión de amor por ellos.
Sin embargo el texto de la Sagrada Escritura que arroja más luz es el de san Pablo, cuando revela la grandeza del cuerpo humano: «¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en vosotros, el cual habéis recibido de Dios, y que ya no os pertenecéis a vosotros? Porque fuisteis comprados por un precio (grande). Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo» (1Cor 6,19-20). Aunque el texto se refiere directamente al pecado de impureza y fornicación, es aplicable a lo que, de alguna manera, profana el templo de Dios, entre otras cosas, los tatuajes y los piercings.
Cualquier tatuaje profana el cuerpo, creado a imagen de Dios, ya que es una burda imitación de la marca que Dios hace en el alma del hombre a través de sus sacramentos. El Bautismo, la Confirmación y el Orden Sacerdotal imprimen una huella indeleble en la persona. Si el demonio no puede imprimir el alma humana, al menos lo quiere hacer sobre los cuerpos. Por estos motivos podemos afirmar que imprimirse libremente un tatuaje es un pecado, un acto inmoral que puede ser mortal o venial, según sea el objeto, el fin y las circunstancias.
No es lo mismo tatuarse una flor, el nombre de una persona o una imagen religiosa, que estamparse una imagen de la «santa muerte», de un dragón o un símbolo esotérico. Cualquier imagen, aunque sea religiosa, es contraria al respeto debido a la dignidad del cuerpo. Un bautizado no necesita pintarse su piel ya que lleva en el alma la huella indeleble de pertenencia a Cristo. Sin embargo las imágenes del mundo de lo oculto de alguna manera son signo de dominio de ese mundo sobre la persona, ya que las marcas indican pertenencia (Apoc 13,16-17), y también son una manera de invocar a quien se representa.
Ponerse un tatuaje puede traer consecuencias físicas ya que es una invasión a un tejido vivo del cuerpo –la piel–, lo que pudiera causar infecciones, alergias o enfermedades transmitidas por la sangre. También la mente puede sufrir afectación. Recuerdo a un peluquero que, arrepentido de haberse tatuado, sentía mucha vergüenza de su piel marcada y prefería utilizar camisas de manga larga para ocultarla. Leí que un padre de familia, para hacer recapacitar a su joven hijo que estaba aferrado con marcarse el cuerpo, le obligó a portar la misma camiseta con su símbolo favorito diariamente durante dos años, y sólo después se pondría el tatuaje. El muchacho terminó cansándose de la prenda y decidió no tatuarse.
También los tatuajes pueden traer consecuencias preternaturales, es decir, que están más allá de la naturaleza. La persona tatuada puede ver su vida espiritual afectada al enfriarse fácilmente su relación con Dios y con las cosas de Dios. En el mundo del tatuaje los establecimientos son, generalmente, lugares que evocan la oscuridad. Podría de tratarse de sitios donde se hacen rituales ocultistas o satánicos; el material para tatuar podría estar ritualizado. Puede aplicarse, incluso, tinta mezclada con sangre de sacrificios. De esa manera muchas personas tatuadas podrían padecer la acción ordinaria del Maligno de una manera más fuerte, es decir, tentaciones más intensas; o sufrir la acción extraordinaria de demonios.
¿Qué hacer si alguien tiene un tatuaje? Lo primero y lo más importante es suscitar el arrepentimiento. Hay que examinar la conciencia para ver qué motivos llevaron a la persona a tatuarse. Quizá pudo ser para afirmar su identidad personal; tal vez por sentido de pertenencia a un grupo o ideal; vanidad o moda también pudiera ser. Lo más grave sería que fuera por un acto de entrega a un ente diabólico como la «santa muerte» o a una secta esotérica o satánica. La gravedad del pecado depende de los motivos, del tipo de tatuaje y de las circunstancias. No es lo mismo una moda que un pacto con Satanás.
En segundo lugar, aunque con el arrepentimiento y la confesión el pecado se borra ante Dios, el tatuaje permanece en el cuerpo. Si se trata de un signo que representa al Maligno o cuestiones de ocultismo, habrá que hacer una renuncia explícita al demonio para evitar toda sujeción a él. Recurrir al agua y la sal exorcizada como sacramentales para ponerse en la piel, pidiendo a Dios en oración que aleje toda influencia demoníaca de la persona, es de gran ayuda.
En tercer lugar, para quienes quieran borrar un tatuaje de su piel, y no quieran llevarlo como penitencia toda la vida, existen técnicas mediante láser que borra los tatuajes permanentes. Para el éxito del tratamiento es aconsejable ponerse en contacto con centros que tengan última tecnología. Estas técnicas fragmentan los pigmentos que luego son eliminados por células de la sangre que metabolizan las partículas.
Un cristiano no necesita alterar la estética natural de su cuerpo sino descubrir y cultivar la belleza interior, adornándola con virtudes cristianas. Lo único necesario es sentirse feliz por llevar la marca indeleble que dejaron el Bautismo y la Confirmación en su alma. Ese carácter sacramental es la huella más importante porque es el signo auténtico de ser hijos de Dios, soldados de Cristo, «alter Christus».
Publicado en blog del padre Hayen