Por Martha Morales

El doctor Juan Carlos Carvajal, experto en catequesis, explica estamos en comunión con la Santa Trinidad cuando estamos en comunión con la Iglesia Universal y diocesana, nuestra parroquia y nuestro grupo y eso es una garantía. La oración puede ser una caricia de Dios, más aún, nuestro cariño mutuo –limpio- es un signo del cariño de Dios que nos acompaña en cierto modo.

En la Lumen Fidei, el Papa Francisco, dice: La contemporaneidad de Cristo respecto al hombre de cada época se realiza en el cuerpo vivo de la Iglesia. Al mismo tiempo será el principio de una vida nueva para el mundo, esta realidad carnal de orden sacramental, no es fruto de un acuerdo entre nosotros, es obra del Espíritu. El Espíritu ha sido derramado sobre nosotros para que seamos el Cuerpo de Cristo y Cristo siga siendo contemporáneo. Cristo, en su Humanidad, puede estar en todas partes, porque está en la gloria de Dios, y a través de su Espíritu se hace presente en la carne de la Iglesia, porque la carne tiene espacio y tiempo. Me puedo encontrar con Cristo en el cuerpo eclesial. Es esencial reconocer la contemporaneidad de Cristo. La enseñanza no puede ser reducida a valores.

El Catecismo, en el subtítulo “El lenguaje de la fe”, enseña: No creemos en fórmulas, sino en las realidades que estas expresan y que la fe nos permite “tocar”. El acto de fe del creyente no se detiene en el enunciado sino en la realidad (enunciada). Sin embargo, nos acercamos a estas realidades con la ayuda de las formulaciones de la fe. Estas permiten expresar y transmitir la fe, celebrada en la comunidad, asimilarla y vivir de ella cada vez más (cfr. CEC, 170).

Se podría decir: No creo en la fórmula del Credo, creemos en el Dios que esa fórmula manifiesta. Nuestra fe no descansa en la fórmula, pero sin esa fórmula yo no tengo acceso al Dios que confiesa. La fe descansa en el misterio que es iluminado por las mediaciones y por las fórmulas. La fe nos permite tocar.

La Eucaristía es una ventana que me introduce en el misterio de Cristo, que me introduce en la Santa Trinidad. Sino ¿dónde está su señorío? Yo debo adorar al Santísimo como ventana que me abre al misterio del Verbo eterno en la Santa Trinidad. Es la ventana que me introduce en el misterio de Amor.

¡Es tan importante enseñar esto en la catequesis!, porque entonces la carne, los sacramentos, la palabra humana, se convierten en itinerario para pasar de los visible a lo invisible. Nosotros no sabríamos qué hacer ante el misterio de la vida del alfarero. Pero el alfarero traduce humanamente su misterio para atravesar la carne, no negándola. Porque si negamos la carne, ¿de qué forma accedemos al misterio? Sin embargo, si nos quedamos en la carne cerramos la puerta al misterio. Esto es toda la vida eclesial, lo dice el Papa en Evangelii gaudium.

Mistagogía es la necesaria progresividad de la experiencia colectiva de la comunidad y una renovada valoración de la liturgia. Los que se inician en la vida cristiana, lo primero que encuentran es una comunidad y luego se encuentran con los sacramentos, que permiten que la comunidad sea una realidad sacramental. Somos hermanos. Es interesante recordar que, yo elijo a mis amigos, a mis hermanos, no. Una comunidad que elige a sus miembros no es “familia de Dios”. Si luego viene la amistad, ¡qué bueno!

Tiene que haber una mistagogía de la propia comunidad cristiana. No puede haber una catequesis “extra uterina”. La comunidad tiene que estar implicada, allí nos ponemos en contacto con el misterio de Cristo. Es necesario sentirnos implicados en la iniciación de los propios miembros, sino, estamos sustrayendo la carne de Cristo, así no se percibe su contemporaneidad en la carne de la Iglesia.

El problema de nuestras comunidades es nuestra falta de fe para reconocer la presencia de Cristo. Vemos que llega una persona a visitar al Santísimo y lo primero que mira es su celular. Jesús dirá: “¡Qué alegría que venga a verme Fulano! Pero se entretiene con su celular y no Conmigo”.

¿Por qué la comunidad es carne de Cristo? La esposa de Cristo ha nacido del costado de Cristo: de la sangre y del agua, del Bautismo y de la Eucaristía. Nacimos el día que se nos bautizó.

Hemos sido constituidos, sacerdotes, profetas y reyes. Habitualmente no lo recordamos. Somos así porque Cristo es Sacerdote, Profeta y Rey. En el Bautismo, Cristo nos ha configurado con Él. Cuando participamos en la liturgia no realizamos una función “funcional” sino sacramental. Es Cristo el que nos hace sacerdotes, profetas y reyes. El sacerdote lo es porque está injerto en el Espíritu de Cristo, manifiesta constantemente, magisterialmente, que es Cristo el que a su pueblo hace sacerdote, profeta y rey.

No es X persona la que da catequesis, están mediando al único Maestro. Pobremente mediamos el único magisterio, Jesús no es discípulo, es maestro. Somos discípulos de Jesús. Somos otro Cristo. Mientras no entremos en este misterio, la realidad de Cristo permanece “encapsulada”.

En La Exhortación apostólica Sacramentum caritatatis, Benedicto XVI habla del pan que baja del cielo, dice: se ha de afirmar que la mejor catequesis sobre la Eucaristía, es la Eucaristía bien celebrada (cfr. n 7).

El Evangelio que Cristo mismo proclama –no el cura-, actualiza el misterio de Cristo en el altar. Cuando amamos a alguien, queremos saber todo de esa persona. Ese aspecto se concreta en el altar, la eucaristía dominical es la oportunidad que tenemos, real, carnal, de entrar en comunión con Cristo, y esa es la condición para que Cristo deje de ser una idea para que entremos en comunión con Él. Y esto está arropado con un montón de símbolos y de signos. Hacemos la señal de la Cruz porque es nuestra identidad. Es el recordatorio de que somos pueblo de Dios. Toda la Liturgia es el ámbito sacramental que nos recuerda que de los sacramentos nos constituimos nosotros mismos en sacramento. Esta es la vida cristiana. Si no tenemos el misterio trinitario, ¿a qué estamos iniciando?

 
Imagen de tatlin en Pixabay


 

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