Por P. Fernando Pascual

En ocasiones se escuchan frases como las siguientes: “estas reformas son irreversibles”; “no existe marcha atrás”; “de ahora en adelante solo se procederá según los cauces de las nuevas resoluciones”.

Las frases suponen que, una vez puesta en marcha una reforma, un cambio, sería imposible volver atrás, precisamente porque se cree que la historia “avanza” en una dirección que no permitiría, en el futuro, volver a estructuras y propuestas del pasado.

Las frases, sin embargo, incurren en dos errores importantes. El primero: considerar que, una vez que se toma una decisión hacia un cambio concreto, no sería posible anularla para rescatar algo de lo que se hacía antes. El segundo error, más sutil: creer que los cambios implementados serían mejoras, y nadie desearía volver a lo que ha sido declarado como peor.

La realidad es que sí es posible revertir los cambios. Basta con pensar cómo un gobierno aprueba un límite de velocidad, y tiempo después, ese mismo gobierno, u otro, vuelve a establecer el límite de velocidad que existía antes.

Respecto al segundo error, que en parte aspira a sostener (sin fundamento) el primer error, basta con reconocer cuántas reformas y cambios no llevaron a mejoras, sino que incluso empeoraron la situación de la gente.

Por lo mismo, frases del tipo “no hay vuelta atrás, estos cambios son irreversibles” son simplemente falsas, además de que suelen surgir de un espíritu propagandístico que considera lo que se hace ahora como un progreso irrenunciable.

La humildad y la apertura a los hechos evitan afirmaciones triunfalistas y vanas sobre lo irreversible de ciertos cambios. La inteligencia humana, a pesar de todos sus límites, puede reconocer cuándo una reforma ha empeorado las cosas por haber rechazado un modo de actuar del pasado que era útil y que, por lo tanto, podría seguir aplicándose en nuestros días.

Si comprendemos esto, la voluntad, abierta a la búsqueda de lo que sea bueno y verdadero, tomará decisiones que anulen reformas equivocadas, y rescatará normas “antiguas” que conservan su validez, porque se ajustan mejor a las necesidades de la gente y al ideal de justicia que debe inspirar toda decisión humana a la hora de establecer reformas siempre reversibles.

 
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay


 

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