Por P. Joaquín Antonio Peñalosa
Con frecuencia se ha venido hablando de fracaso educativo aun en labios de maestros e instituciones connotados. En cuanto a los alumnos, se alude a deserción tumultuosa, ausentismo pertinaz, falta de interés, cursos y materias reprobadas, así como cambio de carreras, todo lo cual redunda en el aumento del gasto educativo.
En cuanto a los maestros, suele hablarse también de ausentismo, de bajos salarios que impulsan al maestro a dedicarse a otros quehaceres en merma de su consagración magisterial, de no actualizarse ni en los conocimientos que han de transmitir a los alumnos ni en los métodos pedagógicos más útiles y eficaces, como sería el recurso a los medios grupales de comunicación social.
No es menos problema la saturación de los programas educativos. Al crecer cada día los conocimientos científicos, es lógico que quieran trasmitirse a los alumnos. ¿El resultado? Demasiadas materias que han de aprender los estudiantes para asegurar la continuación de sus estudios y para obtener la cultura indispensable que les permita vivir dignamente en la sociedad actual. Antes era suficiente conocer las “primeras letras”, leer, escribir, contar. Hoy un muchacho de 15 años debe estudiar ecología, sociología, edafología, dietética, dibujo industrial, computación y varios y novedosos etcéteras.
Pero, preocupados muchos maestros por transmitir tantos saberes, por otra parte, necesarios, olvidan prácticamente lo fundamental que es transmitir valores a fin de formar personas maduras, conscientes, responsables que orienten su vida y su libertad. El proceso educativo, desde el jardín de niños hasta la universidad, abarca la iluminación de la inteligencia por los conocimientos asumidos, y la fortificación de la voluntad por los valores.
Porque no es lo mismo enseñar que educar. No basta llenar la cabeza de conocimientos, sino conseguir la formación integral de una persona. No basta atesorar en la memoria nombres, cifras y fórmulas; ya que de ahí resultaría un simple hombre erudito, pero jamás una persona culta que sepa juzgar y discernir. Y cultura, según la típica definición, es lo que queda después que uno ha olvidado todo. Toda la hojarasca superflua de la erudición que sirve para el examen, no para la vida.
Estamos en pleno auge de la ciencia y de la técnica. Bienvenidas, pero a condición de no descuidar las humanidades ni olvidarnos del hombre, señor y corona del cosmos.
Educar, según la etimología latina, es lo mismo que sacar. Sacar de un analfabeto un sabio. De un bloque informe de piedra, un corazón virtuoso. De una semilla, un árbol que ofrezca sombra, cobijo y frutos.
Artículo publicado en El Sol de San Luis, 5 de junio de 1993; El Sol de México, 10 de junio de 1993.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 30 de junio de 2024 No. 1512